Sorprende la trifulca que se ha montado por el autobús antitransexual de Hazte Oír.

Sorprende no porque me parezca bien atentar contra los derechos de un colectivo que entiende la sexualidad de manera diferente, sino porque es lo que veo hacer, día a día, desde que tengo uso de razón: acosar al diferente. El único elemento diferenciador es el autobús. Por lo demás, nada nuevo bajo el sol.

Supongo que habrá países tan cainitas como España, pero yo no los conozco. Esta es una nación condenada a desmembrarse en dos una y otra vez, y los motivos ni siquiera importan.

Los ultraconservadores arremeten contra los transexuales y los transexuales contra los ultraconservadores; los liberales contra los comunistas y los comunistas contra los liberales; los ateos contra los creyentes y los creyentes contra los ateos; los animalistas contra los amantes del toreo (y viceversa); los proabortistas contra los defensores del derecho a la vida (y viceversa). Vivimos en un estercolero frentista. Y en los partidos políticos las peores batallas no se libran contra el rival, sino contra el compañero que quiere sentarse en tu silla. El fuego amigo depara notables combates fratricidas: sanchistas contra susanistas, errejonistas contra pablistas, rajoyistas contra esperancistas…

Nada satisface más a un español que crearse un enemigo (al principio imaginario, después real) al que lanzar sus dardos. Y con la percha que da hoy el sobrevalorado activismo, ya tenemos excusa para practicar la hostilidad contra quien piensa diferente.

La actriz Miren Gaztañaga ha cogido carrerilla en un programa de la ETB1 y, creyendo que entre colegas de fobias todo se puede decir, ha dicho lo que no debe: que los españoles somos fachas, paletos, catetos y chonis.

Demasiados adjetivos que no se ajustan a la realidad. Los españoles somos simplemente cainitas (ella a la cabeza), y así nos va.

* Escritor