TNto puedo más", debió de decirse Emilio Gutiérrez , el vecino de Lazkao (Guipúzcoa) que la emprendió a mazazos con una Herriko Taberna después de que el lunes la bomba de ETA contra la sede del PSE le reventara la casa. Durante todos los años en los que ETA nos ha hecho sufrir, nos hemos sentido orgullosos de la serenidad democrática de las víctimas y de la sociedad vasca y española en general, convencidos de que a los violentos se les combate con la ley. Todos los candidatos a las elecciones vascas del próximo domingo lo han recordado. Nadie puede estimular la dinámica enloquecida del "diente por diente" ni aplaudir los ataques de ira descontrolados. Pero todos ellos han dicho también que comprenden a Emilio. Las tragedias que nos han dejado tantos años de actividad de ETA son tantas, tan grandes e irreparables, que nos olvidamos de estos otros dramas cotidianos. Lo insoportable de una vida ciudadana condenada a reconstruir a cada poco, a ritmo de bombazo, las paredes, las puertas y los cristales rotos de la casa, el colegio o el bar. El País Vasco, como la metáfora negativa del mito de Penélope : todo un pueblo haciendo, y unos pocos deshaciendo. Emilio tiene 35 años, es hijo de un exconcejal socialista y parece que acababa de reformar su casa. No sabemos mucho más de su vida, porque ha tenido que salir huyendo de su pueblo, plagado de carteles que le convierten en blanco de ETA. Pero ha conseguido meter de golpe en el debate político la vida real: esas obras, la reforma de su casa, el tiempo invertido, el cansancio, el dinero, las ilusiones... todo ese pequeño universo doméstico que destrozó la bomba del lunes y que ni siquiera habría sido noticia de no ser por su reacción. Después de la explosión de Lazkao hubo las condenas de rigor por parte de todos los candidatos. Y los mítines siguieron con su tono bajo, tranquilo, sin grandes rifirrafes dialécticos. Una campaña aburrida, hemos dicho incluso los periodistas. Emilio Gutiérrez ha venido a recordarnos qué equivocados estábamos.