Totalmente invadido se encuentra Badajoz por millones de gorriatos que al atardecer de cada día llegan en enormes bandadas, desde el campo, posándose en los árboles de los parques y en los de las aceras y en los tejados de los edificios, porque ya no hay suficientes árboles para esta inmensa familia.

Por las mañanas despegan hacia el campo y se comen la fruta de las huertas, el trigo, la cebada y todo lo que pillan, hasta algún insecto que otro, porque aunque su régimen sea eminentemente granívoro, también comen insectos en sus periodos de cría y por las tardes regresan a la ciudad para dormir seguros. Después, agradecidos, nos devuelven la parte sobrante de los alimentos ya digeridos, o sea, la mierda que en copiosa lluvia y acompañada de una impresionante algarabía nos lanza sobre nuestras cabezas, nuestros coches, nuestros vestidos...

Ya por los años 80 la famosa ley de caza de la Junta multaba con mil pesetas por cada gorrión muerto por los depredadores de turno. Gente sin conciencia y poco menos que caníbales. ¡Qué barbaridad! ¡Es que se los comían...! Que digo yo que una cosa es la veda, con sus periodos de prohibición de caza según las distintas especies y otra cosa es la protección total. Claro que quién va a cazar gorriatos, eso es cosa de pobres, de gente de poco pelo y además, de mal gusto. Otra cosa es la perdiz, la liebre, el conejo... ¡hombre! Dónde va a parar, aunque en el 90 por ciento de los terrenos llamados cinegéticos no quede ni una pluma, ni un rabo.

No sé, hoy, cómo andará la cosa de multas, sólo sé que ahora son ellos los que nos comen. Sólo faltaba que además fueran receptivos y portadores del temido virus de la gripe aviar, ¿quién lo sabe? FRANCISCO CARMONA CALVO. Badajoz