TEts cierto que la contemplación de Mariano Rajoy en los noticiarios, aparentemente diciendo cosas pero, cual es proverbial en él, no diciendo nada, es de un rigor extremo a estas alturas del verano, con crisis pero verano. Pero no lo es menos que ver y oír a Leire Pajín , pues no le anda a la zaga. La culpa la tienen, en el primer caso, los cursos de El Escorial, donde Rajoy expuso de nuevo su meticuloso proyecto para el engrandecimiento y reforzamiento de España, este nuestro país que, según él, corre un riesgo espantoso de empequeñecerse y desmembrarse, o sea, de romperse como una copa de cristal contra el suelo. El proyecto es tan sencillo como infalible, aunque, por desgracia, poco ortodoxo en democracia: que Zapatero se vaya por donde ha venido y le ceda, amablemente, los trastos de mandar a él. No está nada mal, no señor; suerte tenemos de contar con una eminencia de ese calibre para el futuro, cosa que en el extranjero, por ejemplo, no tienen.

Pero si con la calor se hace cuesta arriba asimilar que el futuro es semejante cosa, qué empinado se hace digerir que el presente está encarnado, de alguna manera, en Leire Pajín, esa actriz tan rematadamente mediocre. Pajín no habla, actúa, o, por mejor decir, sobreactúa todo el rato. Esa entonación, esa prosodia, esos énfasis, esos razonamientos por llamarlos de algún modo, todo ello un sí es no es de catequesis o de obrita teatral montada en la catequesis precisamente, induce a pensar que en una vida anterior hemos tenido que ser muy malos para, en ésta, merecernos los parlamentos de Leire. Pero más que malos, lo que hemos debido ser en una vida anterior es tontos de caernos, que 40 años y 30 de propina entontecen lo suyo, o, cuando menos, lo suficiente para votar a alguien que pretende persuadirnos de lo que no se cree en absoluto, y además notándosele tanto.

Pajín y Rajoy, Rajoy y Pajín. Y esta calor.