TAt veces me da la sensación de que la palabra racista viaja de balde en la boca. Se pronuncia con una gratuidad sorprendente. La podemos adaptar casi sin esfuerzo a la cavidad palatina y luego dejarla ir, como una hoja soplada por el viento de otoño, hacia un oído receptor, que puede ser el de alguien que cree que pertenece a un grupo de personas --una raza-- cuyos huesos aguantan cuerpos envueltos en una piel de mejor calidad que la de los demás; o simplemente el de alguien que disputa un derecho legítimo o razón que cree tener ante otro alguien que pretende demostrar para su provecho, y aquí viene el meollo y el motivo por el que está escrito este artículo, ser marginado por el primero únicamente por pertenecer a otra condición social o étnica.

Si hacemos un recorrido por la historia, nos sumergiremos en funestos pasajes en los que se deja constancia de que los seres humanos somos crueles para con los seres humanos simplemente por tener diferente color de piel, distintas facciones o costumbres. Podemos sacar a flote verdaderas atrocidades cometidas contra ciertas etnias que, para nuestra vergüenza, se escribieron con mayúscula en las páginas de los libros donde queda constancia cronológica de nuestra existencia. Muchas personas fueron, y aún son, exterminadas por motivos raciales.

En nuestra sociedad, este ovillo humano multiforme en el que paulatinamente se van enredando distintas razas, distintas religiones, distintos pareceres, a la palabra racista , como a todas las palabras siniestras, por desgracia también hay que hacerle sitio en la boca, pero un sitio estrecho y austero donde dejarla maniatada para que se mueva lo menos posible. Lo malo es que algunos se han acostumbrado a sacarla enseguida de la boca para que se airee ante el primero que les contradiga.

Por respeto a las verdaderas víctimas del racismo, no se debe utilizar banalmente la palabra racista .

*Pintor