Una de las mejores noticias que como periodista de este país se puede escribir es la del final definitivo de ETA. Ni tregua, ni alto al fuego, ni oferta de negociación: disolución. Fin de ciclo. Historia.

Uno de mis primeros recuerdos de niña son esas inmensas manifestaciones durante el secuestro de Miguel Ángel Blanco, que despertaron el emblemático ‘Espíritu de Ermua’ durante aquel verano de 1997. Yo no entendía muy bien qué ocurría, sólo veía multitud de manos blancas y emociones que traspasaban la pantalla y se vivían en mi propia familia, desde la inquietud hasta la pena, pasando por la rabia y la indignación ante un crimen tan aberrante.

«Esta última decisión la adoptamos para favorecer una nueva fase histórica. ETA surgió de este pueblo y ahora se disuelve en él», dice la banda en su comunicado.

854 asesinatos, 79 secuestros, 6.389 heridos y 358 crímenes sin resolver. Para nada. Para sembrar durante décadas el terror, la desconfianza y el miedo en una sociedad. Para difundir el recelo y una espiral del silencio que ha durado casi 60 años.

Terrorismo, guerra sucia y mucho dolor. Los capítulos más oscuros de la historia reciente de España.

Por eso es tan importante no banalizar con la palabra «terrorismo». Sorprende ver a algunos representantes y autoridades políticas de este país usar la palabra tan a la ligera.

Se dice que «lo que para uno es un terrorista, para otro es un luchador por la libertad». Esa equidistancia resulta peligrosa. Pero aún más dañino, si cabe, es calificar todo acto de protesta que no compartimos como terrorismo.

Cortar una autovía no es terrorismo. Secuestrar y asesinar con un tiro en la nuca sí es terrorismo. Un escrache no es terrorismo. Un coche bomba sí lo es. Pitar contra el himno nacional y el rey no es violencia. Quemar autobuses lo es.

Mezclar y tratar de confundir disidencia con terrorismo teniendo en cuenta todo el sufrimiento vivido es demasiado perverso.

Hay quien resalta el valor de la paz. Muy importante desde luego, pero sin libertad no vale de nada. Libertad para expresar tu ideología, para sentir tu patria, sea cual sea, para decidir en las urnas, sin estar bajo la amenaza del gatillo ni del encierro. Eso también es una buena noticia.