En la agricultura más cercana a nosotros hay tres cultivos típicos: el trigo, la vid y el olivo, que nos dan tres productos que casi nunca faltan en nuestra cocina: la harina y el pan, el vino y el aceite de oliva. Además, en los países de religión católica tienen una gran presencia. Recordemos la simbología del pan y el vino en la eucaristía, y el aceite en los sacramentos del bautismo y la extremaunción. Antiguamente, el pan era un producto muy apreciado en la mesa. Mis primeros recuerdos son cuando, de pequeño, iba a comprar una barra en la panadería del barrio y, como se vendía a peso, si la pieza no hacía el kilo, te daban un trozo que se llamaba la vuelta, que nunca llegaba a casa porque me la comía por el camino. ¡Qué bueno era ese pan! ¡Y esos panecillos calientes y recién hechos que nos comíamos con vino y azúcar, chocolate o aceite! Nunca se tiraba ni un mendrugo, ya fuera por su simbolismo religioso o porque en la posguerra todos recordaban aquel pan negro. Por ello, el pan que sobraba de un día para otro siempre se aprovechaba para hacer otras comidas, como por ejemplo torrijas, sopas de pan, pan con tomate... Desgraciadamente, ese pan es solo un recuerdo, porque ya no se hace pan como antes; ahora se ha convertido en un producto tan industrializado que el sabor artesano ya no tiene nada que ver. Todo el mundo se atreve a hacer pan, incluso venden en las gasolineras. Con este recuerdo no quiero caer en la trampa del «antes todo era mejor». No es verdad, con la distancia que dan los años siempre se ve que de pequeños todo era más bonito, porque no éramos conscientes de los problemas reales. No hay que olvidar que hasta 1952 las familias tenían la cartilla de racionamiento. Lo que sí es cierto es que el pan era más bueno.

REFLEXIONES

Ruido desmesurado

Mireya Maldonado

Deba

Vivimos sumergidos en medio del ruido. El del tráfico que va y viene, espera y desespera, los frenazos, las bocinas; que asusta, que humea; el de los gritos insatisfechos, descarados, de reproches, de soberbia, de despidos, malnacidos; el de las conversaciones entrecortadas: las que dejas, las que escuchas, las que piensas, las que anhelas, el de los recuerdos que te acechan con sus voces y sus ruidos, la mentira que taladra, la música que no escuchas, las risas que no compartes, los gemidos que no sientes, los ladridos, los tacones, los bufones, las obras interminables, el ruido silencioso, de la soledad no buscada. En esta sociedad nuestra sobra ruido. Necesitamos silencio para poder dejar de escuchar los ecos que reafirman nuestro pensamiento, para reunir el valor de exponernos a la radiación de una opinión contraria, para tomar conciencia de nuestra indiferencia vital que desbarata la inteligencia, para asumir nuestra responsabilidad en lo que sucede y replantearnos nuestra implicación, para filtrar el exceso de información y ampliar nuestro conocimiento, para consumir menos y disfrutar más, para encontrar una política flexible que nos despierte pero nos permita seguir soñando, para reconocer que los problemas étnicos, religiosos y sociales son normales en una sociedad compleja pero reconciliables, para unirnos, para respetarnos... Falta silencio.

SILENCIO

Busco sin encontrar

Pedro de la Prada

San Adriá

Cuando la soledad de mi casa comienza a agobiarme decido calzarme y salir a dar un paseo esperando encontrar a la persona que busco, a esa persona que ha de llenar ese vacío que agrieta mi alma. Pero, una vez he dado unas cuantas vueltas por las calles de mi población, decido volver sin haber encontrado lo que buscaba. Un poco más triste, subo las escaleras pensando que quizás he andado poco, puede ser que mañana cuando salga la encuentre. Y ya solo en mi habitación te busco. ¿Dónde estás, silencio? Fiel compañero, beberé contigo mis lágrimas y seguiré esperando, esperando... Pero ¿qué?