La Policía Nacional intenta cortar desde su origen la afloración de nuevas bandas juveniles que adoptan modos de siempre --como la uniformidad en el vestir, la actitud desafiante al andar en grupo y la comisión de delitos menores--, pero que en este caso reúnen una condición singular: están compuestas por hijos de la inmigración más reciente y masiva proveniente de Ecuador. Que se hagan llamar Latin Kings para emular a bandas similares que actúan en Quito y en algunas ciudades de EEUU es una cuestión secundaria. Es más importante la confirmación de una de las consecuencias de la situación de marginalidad a la que se ven abocadas familias enteras de inmigrantes.

A las pandillas detectadas en las grandes ciudades españolas se las debe reducir aplicando la misma vara de medir utilizada hasta ahora en casos similares. A sus familias, aunque merecen mucha comprensión porque el proceso de adaptación al país de acogida no es fácil, hay que recordarles también que cumplan con su obligación de vigilancia. El fenómeno de los Latin Kings es inquietante y nos aboca al riesgo de que hagamos planteamientos racistas en lo que sólo es un fracaso más de la lucha contra la exclusión social.