La crisis de confianza mundial en el sistema financiero se contuvo ayer en EEUU tras la inesperada decisión de la Reserva Federal de rebajar 0,75 puntos los tipos de interés que, pese a ser inusitada, fue acogida tibiamente por Wall Street. Lógico si se atiende a la cuestión de fondo. EEUU presenta unos resultados desalentadores en crecimiento, inflación y empleo, y corre el riesgo cierto de entrar en recesión, con la losa de no haber determinado el tamaño exacto de su crisis hipotecaria.

La rebaja de tipos decidida ayer igual puede indicar una resuelta voluntad de salir cuanto antes del atolladero en que se metió la banca privada estadounidense --y contagiada al resto de bancos occidentales-- como que la crisis es tan pronunciada que este recorte no hace otra cosa que confirmarla. La manera de afrontarla no pudo ser más torpe: comparecencia pública del presidente George Bush y del presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, el viernes pasado --lo que comprometía de manera especial a la autoridad monetaria norteamericana--, e inconcreción de los planes fiscales con los que se pretendía reactivar la economía diaria. En un país que además está en campaña electoral, lo único que se consiguió fue exportar los temores propios a todo el mundo. Así se desató el pánico el lunes.

No podrá evitarse que esta crisis contamine al resto de economías desarrolladas. También a la europea. Para reducir el impacto no basta con apelar al buen estado de las cuentas de los países de más peso de la UE. Ahora toca una estrecha coordinación de ministros y autoridades monetarias, porque la amenaza es seria, aunque aún es superable.