WUw na parte no menor del orbe católico y de la opinión pública internacional no sale de su asombro después de la decisión de Benedicto XVI de levantar la excomunión a los obispos lefebvrianos --la Fraternidad de San Pío X-- a despecho de sus opiniones personales. En especial de las del prelado Richard Williamson, connotado antisemita que niega el Holocausto y ha abierto en el judaísmo heridas que otros papas, desde Juan XXIII a Juan Pablo II, procuraron curar al sustituir la tradición del pueblo deicida por el reconocimiento del martirio en las cámaras de gas. Un cambio que aproximó a los fieles católicos y a los seguidores de la fe mosaica y dejó desarmados a los retardatarios que ocultaron sus prejuicios xenófobos detrás de razonamientos religiosos.

Williamson sostuvo ayer de nuevo que las cámaras de gas nazis no existieron y que en los campos de concentración alemanes murieron unos "200.000 o 300.000 judíos", no los seis millones que calculan los historiadores. En la misma línea, el representante de la comunidad lefebvriana de las regiones nororientales de Italia, Floriano Abrahamowicz, volvió a enconar ayer las ya malas relaciones entre la Iglesia católica e Israel al asegurar que las cámaras de gas existieron pero servían "para desinfectar".

Al abrir las puertas del Vaticano a los lefebvrianos y, aun antes, al impulsar la beatificación de Pío XII, cuyo comportamiento con relación a la persecución de los judíos fue, por lo menos, dudoso, el Papa antepone una hipotética unidad de la grey a otras consideraciones. Incluida la indispensable serenidad en las relaciones con el Estado de Israel si es que quiere mantener en la agenda el viaje en mayo a aquel país. Pero ni parece que la comprensión con los tradicionalistas lefebvrianos sea la fórmula adecuada para conjurar el cisma ni tampoco el mejor medio para poder rezar ante el Muro de las Lamentaciones.

Desvincular las dificultades surgidas en la peregrinación a Jerusalén de la comprensión con los obispos cismáticos, como han hecho los portavoces vaticanos, solo puede convencer a los ingenuos o a los poco avisados. Desde luego, no es este el caso del Papa ni de los prelados, que se han apresurado a desautorizar a Williamson y exigirle que guarde silencio. Un esfuerzo de última hora para desactivar la crisis que, no obstante, cabe presumir que es fruto del cálculo político antes que de otras inquietudes.

Más cercano a la realidad se antoja que Benedicto XVI acaricia la idea de restablecer la unidad eclesial, aunque sea a costa de defraudar a los partidarios de respetar las diferentes tradiciones culturales y colaborar con las otras religiones del libro. Todo ello en detrimento de la influencia en la Iglesia de la prédica más progresista. De modo que, queriendo o no, se instaura en el magisterio de Roma un relativismo moral que contenta a los tradicionalistas en la misma proporción que desoye otros planteamientos.