WBwenedicto XVI ha afrontado con más soltura de la prevista el primer doble reto de su pontificado: hacer saber que no es, en los gestos multitudinarios, como Juan Pablo II, y tener que hacerlo en Alemania, su país de origen. El método elegido ha sido el de la contención en el populismo: no ha habido frases de fácil entusiasmo para los cientos de millares de peregrinos que querían repetir sensaciones pasadas. No obstante, también ha evitado cualquier atisbo de reiteración de las tesis doctrinales más intransigentes en materia de costumbres, como en la sexualidad y el matrimonio.

El Papa se ha mostrado en la ciudad alemana de Colonia como un europeo que vivió en persona las tragedias del siglo pasado, sobre todo el nazismo de su juventud, y que ahora ve con preocupación muchos síntomas de intolerancia que se le parecen. Y ha elegido hacer política universal contra los prejuicios religiosos. Ha predicado contra los brotes antisemitas en Europa y también contra los que apuntan a los practicantes del islam. El papa Joseph Ratzinger ha demostrado su reconocida finura al traducir a términos laicos esa actitud, con su denuncia de la xenofobia que discrimina a los inmigrantes de cualquier condición que llegan a la Unión Europea.