El Papa Benedicto XVI, en uno de los discursos filosóficos más trabajados de su reciente gira por Alemania, ha declarado entre otras cosas sobre todo dirigidas a atacar el islamismo radical, que para una comprensión más completa del universo la teoría de la evolución a secas es irrazonable . Según Joseph Ratzinger , que ya había expresado anteriormente ideas semejantes, el darwinismo podría ser parte de un programa, iniciado en el Siglo de las Luces, para hacer a Dios inútil para el hombre. En el contexto actual, el discurso del Papa puede producir una cierta preocupación, sobre todo si esta posición acaba teniendo consecuencias en el debate político.

El Papa acierta al decir que los descubrimientos científicos de los últimos 400 años han favorecido que nuestra visión del mundo necesite cada vez menos una intervención divina en la comprensión del origen, mantenimiento y evolución del universo en el que vivimos. No necesitamos un Dios para que el sol salga cada día, como creían los antiguos egipcios, vemos el origen de los planetas como una proceso físico en la dinámica de nuestro sistema solar, entendemos los fenómenos de la vida en términos de interacciones físico-químicas y tenemos teorías que nos permiten proponer cómo evoluciona el universo, cómo se origina la vida y cómo surgen las especies en nuestro planeta, entre ellas la humana. Estos descubrimientos han ido haciendo crecientemente innecesaria la presencia de las fuerzas mágicas del inicio de nuestra especie, de los múltiples dioses de las civilizaciones primeras y del Dios de las grandes civilizaciones. La Física, la Química y la Biología nos permiten entender el mundo material de un modo que no necesita divinidades.

La formulación de las distintas teorías, como la copernicana sobre el movimiento de los planetas, no se ha hecho sin resistencias de las confesiones religiosas, entre ellas la católica. Los episodios históricos del conflicto entre ciencia y religión son bien conocidos. En el caso de la teoría de la evolución, se pasó de una oposición frontal primero a una aceptación progresiva que parecía aceptada por el Papa anterior. Incluso hubo intentos de incorporar la teoría de la evolución como parte de la misma teología --los trabajos del teólogo francés Teilhard de Chardin--. ¿Estamos ante un paso hacia atrás en esta actitud? Si es así, es una posición que augura un tiempo de discusiones que creíamos olvidadas.

XQUIEN HAYAx seguido el debate sobre la teoría de la evolución sabrá que cualquier concepción sobre los grandes procesos evolutivos del universo --el Big Bang, el origen del hombre-- forma parte de las teorías cuya demostración experimental es imposible. En estos casos no se puede formular una hipótesis, proponer un experimento y esperar los millones de años necesarios para demostrarla. Sin embargo, estas teorías nos proporcionan un conjunto de conceptos coherentes que son los que mejor explican los datos que tenemos. Tampoco se trata de teorías cerradas, sino que, como cualquier teoría científica, está en perpetua elaboración y con la duda permanente que es la esencia de la actitud científica. Estas dudas pueden ser aprovechadas para restar autoridad a unos conceptos que la tienen, y muy grande, en el ámbito científico que es la interpretación de la realidad. Por otra parte, muchos no ven problema entre sus creencias en un ser superior, cercano o no a las concepciones católicas, y unas teorías científicas que deben ser válidas para ateos, budistas, musulmanes y sintoístas, entre otros.

En el fondo, este discurso no tendría más importancia que la que tiene el pensamiento de una persona de autoridad dentro de una religión determinada si no se previeran unas consecuencias sociales y políticas más o menos inmediatas. El debate de la enseñanza del creacionismo y de su versión mejorada, el llamado ´diseño inteligente´, en las escuelas americanas nos dice que algo parecido puede ocurrir en Europa.

De hecho, ya ha empezado en algunos países. Un campo en el que la independencia respecto de las concepciones religiosas es necesaria en nuestras sociedades es el de la ciencia y de su enseñanza. Las concepciones políticas, religiosas y culturales deben ser respetadas en todo momento. Y no tiene por qué dejar de reconocerse la herencia de las concepciones cristianas, junto a las grecolatinas y otras como la del Siglo de las Luces, en la formación de nuestra civilización. Sin embargo, cuando hablamos de las reglas del juego democrático, de las normas de relación social o de las teorías científicas, la independencia respecto de las concepciones religiosas es un principio de gran importancia. Es por eso que un discurso que va en dirección contraria puede ser preocupante, pero sobre todo produce tristeza por el abandono de propuestas más abiertas que habían sido formuladas y un cierto cansancio por tener que reabrir debates que creíamos cerrados desde hace tiempo.

*Director del Laboratorio de Genética Molecular Vegetal CSIC-IRTA