El nombramiento de Miguel Lorente como responsable de la Delegación del Gobierno de Violencia de Género supone otro golpe de efecto del nuevo Gobierno, tras la designación de Carme Chacón como ministra de Defensa. Aunque este hecho pudiera resultar algo anecdótico, a mi juicio supone un cambio de perspectiva en la lucha contra la violencia contra las mujeres. Nombrar a un hombre es implicar a los hombres en esta lucha. Es un acto simbólico pleno, pero que puede suponer un golpe de efecto.

Los hombres, a lo largo de la historia, hemos heredado de nuestros padres el modelo del hombre tradicional, basado en ideas de fuerza, poder y competitividad. El hombre líder que tiene que tener éxito, dirigir, disponer según sus necesidades. La fuerza, por ende, es el eje central que define a todo el modelo. Tenemos, por consiguiente, la obligación de aparecer siempre fuertes ante todo el mundo. Somos esclavos de esa idea y no hemos sido capaces de construir un modelo alternativo de masculinidad.

En mi opinión, es hora de cambiar este modelo por una masculinidad basada en la igualdad, la justicia, el respeto y la solidaridad, convencidos de que la igualdad real de la mujer no es posible sin una revolución masculina. Y esta revolución requiere que el hombre se acepte a sí mismo como un ser sensible, afectivo y vulnerable, primera etapa para empezar a cuestionarse los estereotipos sociales y culturales vigentes. Este cambio es imprescindible para que la batalla contra la violencia machista sea combatida también por los hombres.

La violencia machista es una cuestión que lejos de pertenecer al ámbito doméstico y privado constituye un problema social grave, que se acrecienta día a día y que exige la adopción de medidas integrales.

XDETRAS DEx cada caso se esconden víctimas que permanecen en silencio, celos, acoso, dolor y llanto. Son las víctimas invisibles, en contraposición de aquellas que copan los titulares de los periódicos y que son sólo la punta del iceberg de un problema generalizado que afecta a todos los estamentos sociales. La Ley integral contra la violencia de género ha permitido cumplir algunos objetivos, como la difusión de una consideración adecuada de las víctimas y de la necesidad de que toda la sociedad se comprometa en su protección y atención completa. Pero continúan los problemas de coordinación entre organismos, la mayoría de las intervenciones llegan cuando ya ha habido violencia severa y persiste desde luego la escasez de unos recursos imprescindibles para afrontar el verdadero reto que plantea la violencia sexista: el de la prevención, el de impedir tanta agresión y tantas muertes.

Indudablemente son necesarias aquellas medidas que tienen que ver con la protección efectiva, que van desde la seguridad personal a la tutela judicial o los servicios públicos que ayuden a las víctimas a una recuperación de su autonomía personal, cuestiones que ya refleja la ley. Pero también son vitales aquellas acciones que favorecen un cambio social, cultural y estructural. Es decir, aquellas que intentan llegar a la raíz del problema y que se entienden como medidas preventivas, educativas y de sensibilización.

La escuela debe ser un eje de intervención básico. Es necesario poner las bases para crear una cultura de la igualdad desde la infancia, adquiriendo valores y conocimientos para un futuro igualitario. No se puede consentir la violencia ni física ni psíquica de los chicos hacia las chicas, ni siquiera justificarla con que son cosas de niños, que ellos deben resolver. Hay que darles habilidades sociales saludables y democráticas. Tolerancia cero con la violencia. Con cualquier tipo de violencia.

Los agresores, en su gran mayoría, no son hombres diferentes, o con algún tipo de enfermedad, como podríamos pensar. Son hombres comunes, ciudadanos típicos, en muchos casos ejemplares, amables y, a menudo, considerados y cordiales en su trabajo. Detrás de esa máscara con la que se presenta ante la sociedad, piensa que la mujer es un objeto que le pertenece. Y cuando no se somete dócilmente a su voluntad, cuando se le ocurre rebelarse, se siente humillado y recurre a la violencia. Esta es la clave de la conducta del maltratador. Un hombre, sin duda, celoso, posesivo y controlador, que actúa como si tuviese una especie de derecho natural para humillar a su pareja.

No hemos de ocultar la realidad. Cuando una mujer es violada, amenazada, acongojada, golpeada y asesinada toda la sociedad está herida de muerte. Y lejos de ser un problema de esfera individual, se convierte en un problema colectivo de nuestro tejido común, de nuestra sociedad. También de los hombres.

O asumimos con la mayor de las condenas este cáncer que habita en el interior de nuestra cultura patriarcal, superada en las leyes pero no en el estamento social, o no resolveremos el problema. O los hombres nos implicamos en denunciar, en asumir parte de la responsabilidad, en hacer pedagogía de la igualdad o esta batalla será larga y tediosa. No podemos dar la espalda a un problema que nos atañe como ciudadanos. Y mientras una mujer asesinada abra los titulares de la prensa cada mañana no viviremos en plena igualdad. Toca, pues, ponerse el traje de faena.

*Coordinador del libro colectivo

´No sólo duelen los golpes. Palabras contra la violencia de género´.