Tarde o temprano tenía que suceder. Ante el bloqueo de una clase política incapaz de hacer política, hay quienes, por falta de templanza o por simple ignorancia de las más básicas reglas de una monarquía parlamentaria, pretenden que sea el rey Felipe quien deshaga el entuerto de la ingobernabilidad, que solo los partidos pueden desenredar.

Al presidente de Ciudadanos, Albert Rivera , le han sacado los colores por anunciar que solicitará al jefe del Estado que "convenza" a Pedro Sánchez para que se abstenga en la investidura de Mariano Rajoy . Lo que sería tanto como pedirle al árbitro que pite a favor del equipo que va por delante en el marcador para así asegurarle la victoria. La Constitución es cristalina al regular el papel del titular de la Corona, que "arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones" y cuyos actos deben ser siempre refrendados por el Gobierno, al carecer de responsabilidad política. Porque en una democracia, conviene recordarlo, el soberano es el pueblo, no el monarca.

Pero el resbalón de Rivera , que C´s ha amortiguado sin llegar a desautorizarlo, no es un hecho aislado. No olvidemos que el pasado enero, para ahorrarle a Rajoy un mal trago, el Gobierno intentó que el Congreso certificase la ausencia de mayorías y precipitase la repetición electoral. Una maniobra que eximía al Rey (o más bien lo despojaba) de su función constitucional de proponer un candidato a la presidencia.

Para activar el reloj de la legislatura que la renuncia de Rajoy había encallado, Sánchez se ofreció al monarca a optar a la investidura, y este le confió el encargo pese a saber que carecía de apoyos para completarlo con éxito. Al objeto de superar el bloqueo institucional, el jefe del Estado ya bordeó entonces el límite de sus atribuciones.

Tras aquel episodio, sería una anomalía democrática forzar de nuevo al Rey a enfangarse en la brega política. La lógica dicta que el candidato más votado se ofrezca a ser investido cuando haya concitado una mayoría amplia, aun cuando resultase insuficiente. Desde luego, no los magros 137 diputados del PP; sí los 169 que sumaría con Ciudadanos.