A estas alturas, sin duda, el presidente de Gobierno debe estar arrepentido de algunos de sus descubrimientos, de sus flechazos políticos en el mundo exterior al partido. Como buen conocedor de las entrañas de la organización, en la que se crió desde las juventudes socialistas en la eliminación de los adversarios políticos, José Luis Rodríguez Zapatero desconfía de cualquier poder alternativo en el seno del partido y esa es una de las principales causas de que no quede ningún miembro de su vieja guardia personal en su entorno más cercano.

Recurrir a independientes en los puestos claves, desde portavoz del grupo parlamentario --hasta que la situación se hizo insostenible y Juan Antonio Alonso tuvo que afiliarse-- hasta miembros significados de su Gobierno es una forma de no tener que dar explicaciones a nadie ni permitir que nadie se las exija. José Luis Rodríguez Zapatero dirige el Gobierno y el partido de una manera mucho más personal y autoritaria que Felipe González .

El resultado está a la vista: una ejecutiva débil, con poca personalidad, y un consejo de ministros que no tiene otro peso político que el que le proporciona Alfredo Pérez Rubalcaba como único vestigio y superviviente de cuando en el PSOE se discutía la política.

Ahora el nombramiento de Mariano Fernández Bermejo pesa como una losa. Con el sistema judicial patas arriba, la capacidad del ministro de Justicia para encabezar un diálogo es nula. Su afición por la gresca podrá llenar telediarios y satisfacer las bancadas socialistas hartas de las trifulcas de la derecha. Pero si hubiera un poco de sentido común en la política española no haría falta explicar que si hay un ministro que tiene que hilar fino y no con soga, es el titular de Justicia. Ahora estamos pagando otro de los experimentos de laboratorio de un presidente de Gobierno cuyo verdadero consejo de ministros se reúne en ropa deportiva los fines de semana. Sin votaciones, por supuesto.