En En el diario acontecer de las cosas, durante el largo transcurrir del tiempo, pudiera haberse producido un cierto relajamiento capaz de ensombrecer el espíritu que inspiró las leyes y haber caído, tal vez sin darnos cuenta, en controversias sólo justificables a la luz de un ciego pragmatismo. Si la fórmula más conveniente de organización política es la democracia, y si su carencia nos retrotrae a estadios de primitivo oscurantismo, bueno sería que llegáramos a considerarla como algo consustancial a nuestra forma de vida, ya que aún siendo un modelo imperfecto, es el más adaptado a las características de esta época.

La democracia no cambia, es la sociedad quien lo hace, y el nombre bajo el cual se presenta en este tiempo es el de partitocracia. Los políticos actúan con unos criterios escrupulosamente democráticos en cuanto a cuestiones de gobierno o de oposición se refiere, pero paradójicamente se comportan de un modo muy diferente cuando se trata de aspectos referidos a su organización interna. La forma de confeccionar las listas de candidatos para cualquier confrontación electoral, tiene poco de democrática, la cúpula de algunos partidos se arroga esta potestad, aboliendo la celebración de elecciones primarias, que eran las auténticamente participativas, con esta fórmula no sólo se coloca al candidato del partido, sino que se evita cualquier fractura o formación de corrientes diferenciadas; en ocasiones se da el caso de que se propone a un candidato cunero, argot elegido para designar a alguien impuesto por el partido desde Madrid, sin relación de procedencia, afinidad o ninguna otra vinculación con la zona por la que se presenta.

XTAMPOCO ESx práctica habitual, la existencia de un debate interno a la hora de posicionarse ante cualquier tipo de planteamiento o propuesta programática, los dirigentes son quienes deciden, y la mayoría silenciosa se limita a seguir sus directrices, guardándose las discrepancias, si las hubiere, para el ámbito de lo privado, ya que son poco rentables para quien las sugiere. Los congresos suelen tener la duración de un fin de semana, y la mayoría de los platos llegan ya precocinados, basta sólo con recalentarlos.

Cada grupo parlamentario realiza sus votaciones con una sospechosa unanimidad, obedeciendo más al dictado de consignas preestablecidas que a la propia convicción del diputado, se ha dado el caso de políticos que, por coherencia personal, han pretextado alguna extraña enfermedad para ausentarse de ciertas votaciones, otros suelen encontrarse, con más frecuencia de la deseada, ante el dilema de no saber si se deben al partido que los propuso o a los ciudadanos que los votaron. La sociedad quiere que exista democracia interna en los partidos, pero paradójicamente, prefiere convivir con formaciones sólidas y monolíticas, antes que tener que soportar unos partidos políticos cargados de ambivalencias, discrepancias, divisiones internas, falta de liderazgo o con una línea ideológica quebradiza.

Y cuando el ciudadano piensa que le ha llegado su hora y que con el voto va a poder cambiar a aquellos que lo hicieron mal, se encuentra con el muro infranqueable de unas listas cerradas y ha de optar por unas siglas y no por unas personas, con lo que se le está vendiendo un sucedáneo, algo que le imposibilita desenmascarar a quienes solapan sus nombres bajo el marchamo de un partido.

Aunque la grandeza de la democracia consiste en que cada ciudadano tiene un voto y todos valen lo mismo, hay ocasiones en las que la democracia nos traiciona el subconsciente y con un porcentaje mínimo de sufragios, algunas formaciones minoritarias adquieren un peso y una significación mayor a la que en realidad les debería corresponder, merced a los apoyos prestados a aquellos que necesitan conformar mayorías suficientes. Convendría promover modificaciones en la mecánica electoral para erradicar este mosaico de intereses en el que se convierte algunas veces el parlamento nacional, evitando este oportunismo que desvirtúa el auténtico espíritu de la democracia, o cómo se explica que minorías con un porcentaje ridículo de votos tengan más poder de decisión que formaciones en las que han depositado su confianza millones de electores.

A día de hoy, nadie consentiría en otra fórmula que no fuera la democracia, pero la democracia en estado puro sólo existe como abstracción, por lo que al materializarse en una acción política concreta es cuando empiezan a aparecerle ciertos vicios y ciertas de contradicciones, que son las que se deberían controlar. Cada vez que la cúpula de un partido se reúne con una intención dirigista, hay algo que inevitablemente nos sugiere, que se debería aplicar hacia adentro, lo que hacia afuera se predica.

*Profesor