La cola del paro se ha sustituido por la cola de los parados. No es un juego de palabras. Es que el drama del paro se está haciendo visible no en la cola del Sexpe o del Inem, los servicios de empleo a cuyas puertas las colas han formado parte del paisaje, incluso en tiempos de bonanza y de crecimiento del empleo, sino en las colas que están formando los parados ante los ayuntamientos y los servicios municipales que ofertan plazas. La semana pasada había colas de decenas de personas ante el Ayuntamiento de Mérida y estos días las hay de centenares en el de Badajoz. Estas colas están siendo la expresión más acertada de que el paro existe; de que hay gente que no tiene trabajo. Lo que es una obviedad estadística se hace carne en esas colas, donde cada uno de sus integrantes tiene su particular drama que contar.

Hasta no hace muchos años, las plazas de los pueblos eran el marco de la postal amarga del paro. Hasta que el PER, primero, y la construcción después, fue felizmente despoblándolas. La crisis ha cambiado el decorado y ha alargado la imagen: ya no son las plazas; ahora son las colas, la hilera, la única manera de organización de los parados; la única ocasión en que los parados toman la calle.