Decía Dostoiewsky: "la vida es un paraíso, que los hombres no saben cuidarlo". ¿Qué diría hoy ante las copas nauseabundas que ofrece la TV? ¡Qué programas...! Otra vez: El gran hermano, Crónicas marcianas, Los famosos y las etcéteras.

Cada mañana al asomarme a la ventana exclamo: la vida no es una isla en el océano de la soledad y la reclusión, atormentada por los programas de la TV y otras fuentes oscuras. Nos necesitamos mutuamente; nos amamos unos a otros. Una vida sin semejantes es imposible; un hombre solo no puede hablar, ni pensar, ni amar, ni siquiera haber nacido. El niño no tiene una madre solamente para que le cuide. Desde nuestro primer grito tomamos contacto con esta tierra, palpando, trabajando, construyendo, pensando. El hombre llena realmente su existencia modificando el mundo, desde el que friega hasta el que construye cohetes espaciales. No es una existencia sin sentido. Es un cometido alegre: que el hombre proporcione a su mujer una existencia, una casa, y ella, por su parte, le cree un hogar, juntos lo ordenan todo para que allí pueda haber una cuna, donde el niño esté seguro y caliente. Los dos crean un mundo en que puedan vivir los hijos.

El hecho de que somos un fragmento del mundo, capaz de pensar y conmoverse, seres dotados de libertad creciente, que pueden decidirse por el bien, es algo que colma nuestra existencia, descubriendo el paraíso escondido.