Lo diré: los paraísos no son islas fiscales donde mil negros se pasan los días abanicando a cuatro, a los cuatro que se han tirado a la bartola. Saber quiénes son y qué hacen ahí es algo que impone la sangre: si hay sangre no da igual que la sangre corra, si hay sufrimiento no da igual el sufrimiento que hay detrás de las cosas, como no da igual la vergüenza, la pesadilla, como no da igual todo. Porque no nos basta con desenmascarar a Madoff, ya lo hemos visto, no basta con vestirlo de preso si luego el dinero se perdió por no sé qué vericuetos. Los vericuetos son el problema. Miremos la trama Gürtel , a Francisco Correa, a los que tienen el dinero y se hicieron con el poder. Correa hace plis y le salen detrás las piedras, pero si no hace plis o toca palmas, si no pega un saltito, o dos, o los saltitos que solo la tía-abuela de su madre y él saben saltar, entonces Correa, los Gürtel, los políticos, todos dicen que a ver dónde está el dinero, que a ver qué carajos les estamos contando. Las leyes para entrar ahí, en los paraísos fiscales, son divinas, y es por eso que no podemos mirar, por eso que yo no las sé, tú no las sabes, quién las sabe. Antes de que se me olvide lo diré otra vez con otras palabras: los paraísos no son la torre de control desde la que se mata al mundo. Y con matar me refiero a la muerte, sí, pero también a la miseria, a la libertad, a un mundo de todos y para todos.

Rafael Barbero García **

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