THtoy abrimos agosto. Ya se palpa esa sensación colectiva de las prisas por terminar, las sonrisas por los días que se acercan y las ganas de salir (huyendo) hacia donde sea. Nos aprietan todos los meses acumulados a nuestras espaldas, nos sacuden las ganas de olvidarnos del día a día, nos hieren las fotos en las redes de los que están ya (serán...) en las playas y demás. Se suma que en los tiempos de festiva incontinencia pública que vivimos, es casi imposible no enterarte de lo que hace todo el mundo, todo el tiempo. Ya puede desgañitarse la policía el verano entero con la gaita de que se lo ponemos fácil a los amigos de lo ajeno con tanta información. Que no vale para nada: el "homo smartiphonus" es, simplemente, una raza superior. Lo que no tengo muy claro es superior a qué.

Claro que la suerte, para ser tal, no puede tocarle a todo el mundo. Así que hay muchos que no se van a ver identificados con lo escrito arriba. Esos, pocos, que siguen penando bajo el calor de las fechas y el vacío alrededor de las cuatro paredes de las oficinas donde los han encerrado. Esos, no tan pocos, que no pueden permitirse vacaciones (o más cortas de lo, ejem, merecido) que ven pasar los días de verano, televisión, con suerte aire, y aislamiento dentro de los cuatro paredes de su casa. Y nos sentimos perjudicados, agraviados, frustrados. Odiamos esas paredes porque nos han acogido durante todo el año, trescientossesentaycinco seguidos. Y nos cansamos de ellas, las queremos derribar como remedos de telones de acero en nuestras vidas. Esas paredes.

Paredes. La pared. Como la que Ahmid , a sólo cuatro horas y pico de vuelo de donde ustedes leen estas líneas, aspira sin embargo a conservar. Ahmid (ni el nombre es real ni me importa que lo sea) es un joven de 14 años que vive en Gaza. Ahmid es un joven prematuramente maduro, orgulloso en su pesadumbre, con la asustada sombra en la mirada del que se encuentra en medio de una psicosis que ni entiende ni consigue aprender a sobrevivir. A él le oí, sorprendentemente calmado, como si al hablar estuviera aprendiendo a vivir en medio de una guerra, declarar al típico canal de noticias internacional que todas las mañanas su familia entera se veía sometida a un traslado preventivo desde su casa debido a los bombardeos (poco selectivos) del ejército israelí. Y decía, con los ojos bien abiertos y como quien explica algo equivalente a que usted o yo bajemos a por el pan, que todas las mañanas se despide de las paredes de su casa, porque a la vuelta no podría asegurar que estuvieran allí. Y afirmaba ufano que aún conservaba tres paredes en la habitación donde dormía con sus hermanos, como si de un billete de lotería premiado hablara, mientras que del salón de su casa sólo quedaban restos derribados. El quería su pared, como un símbolo de que haya algo de sentido en medio de la locura. Que, por lo menos, en la noche despejada de bombas permita poder mirar a algo que te recuerde que sigues, incompresiblemente, vivo.

XPAREDES.x Cuatro paredes en una habitación. Una pared, como la que Enzo ve todos los días muy cerca. Tan cerca, que se golpea con ella. Pero no, no crean que voluntariamente. Enzo es Vicencio Scarano , alcalde de San Diego en Venezuela. Enzo se opuso a que las fuerzas del gobierno cargaran contra aquellos manifestantes que se lanzaron a la calle contra la situación económica y de absoluta falta de derechos que sufre Venezuela. Lo que le valió el esperable y perverso "premio" de ir a prisión. Así que, con otros tres opositores más, Enzo se vio confinado a la vida de las cuatro paredes de una celda. Pero Enzo no se rinde, ni se doblega. Las redes sociales no existen sólo en esa vertiente fútil y frívola que para nosotros es normal. También son un potente altavoz informativo, que usa inteligentemente a través de su cuenta de twitter. Desde allí lanza un grito sordo de denuncia, auxilio y resistencia. Claro que no es él que la gestiona (las huestes de Maduro no permitirían tal libertad) sino su mujer en su nombre. Y desde allí está denunciando las torturas que está sufriendo diariamente junto al resto de opositores, por su convencida y valiente defensa de la democracia en su país. Y desde allí nos cuenta que todas las mañanas su cara termina estampada en una de las paredes que atrapan ahora su vida y esperanzas.

Ahora vuelva a mirar la pared que tiene enfrente. En su casa, en su oficina, donde esté. Esa pared que todas las mañanas le acoge. Su lugar (deseado o no) en el mundo en este momento. Su centro de gravedad permanente. Póngale un cuadro (o mejor le quita ese que siempre le ha disgustado). No está tan mal su pared.