XPxarís, cuna de movimientos vanguardistas, crisol de culturas y urbanita, capital de la modernidad, pasa estos días por una de las peores crisis de su historia. Las causas vienen de lejos, pues es ésta una enfermedad que tiene sus orígenes en una inexistente política de extranjería, lo que provocó la incapacidad de adaptar los flujos migratorios a las necesidades y posibilidades reales de cada país receptor. Si se hubiera hecho así los llegados hubieran sido asimilados en unas condiciones más favorables, lo que a la postre hubiera evitado los problemas de marginación que son la causa de todos estos disturbios.

Los gobiernos, en lugar de cumplir con su responsabilidad, han mirado hacia otro lado y bajo el pretexto de un mal entendido humanitarismo, permitieron la entrada masiva con la consiguiente vulneración de las fronteras y la burla de todo el sistema jurídico, al premiar a aquéllos que habían infringido la ley, y se comportaban, por tanto, como ilegales. Unas condiciones de marginación, unidas al problema del desempleo, han arrastrado a los jóvenes que queman coches en Francia a una desenfrenada lucha contra sí mismos. Ante estos hechos, las palabras se manifiestan como instrumentos ineficaces y no válidos. De poco van a servir las medidas represivas que ha tomado el Gobierno francés si no van acompañadas de otras de tipo social, porque no olvidemos que el humo, y nunca mejor dicho, no desaparece con el viento, sino extinguiendo el fuego y con él las causas que lo provocaron.

Los actuales problemas que vive París son hijos de una mala política en materia de emigración y de la inexistencia de un modelo válido de integración, lo que ha llevado a estos jóvenes a un callejón sin salida, a una situación insostenible, que nada tiene que ver con una huelga, aunque en las formas se parezcan, pues las huelgas son movimientos consustanciales al sistema, en las que existen unos interlocutores válidos, unas cuestiones a negociar, y unos puntos de encuentro, en definitiva se atienen a unas reglas de juego. Pero lo que está pasando en París es el intento de arrebatar por la fuerza unos derechos que, aunque válidos y justos, no están siendo defendidos en modo y forma, y ante los que la sociedad no puede ni debe someterse, pues sería lo mismo que ceder ante el chantaje y el miedo.

No nos debe consolar pensar que estamos hablando de hechos aislados, con una referencia a un lugar concreto y a unas circunstancias específicas y particulares, pues éste es un fenómeno con el que más tarde o más temprano vamos a tener que enfrentarnos. Y si un soplo de viento en lo económico produce un colapso de tamaña magnitud, ¿qué sucederá cuando el vendaval de una crisis duradera o una recesión planee sobre nuestra economía, y ya no sólo estén en juego unos cuantos vehículos quemados, sino algo más trascendente?

Siempre se ha dicho que las segundas generaciones iban a ser las que más problemas plantearían, por cuanto han nacido aquí, han respirado nuestro mismo aire, se han formado en nuestras escuelas y son ciudadanos de pleno derecho, pero constatan que no cuentan con las mismas oportunidades, y que el trabajo y la dignidad social se adjudican con unos criterios que nada tienen que ver con la mejor o peor capacitación personal, sino siguiendo otros parámetros más injustos. Por lo que llegamos a la triste conclusión de que los inmigrantes son útiles a esta sociedad en tanto en cuanto supongan una mano de obra barata, estén callados, sometidos y no nos molesten. Parece poco probable que estos levantamientos tengan algo que ver con el terrorismo y el avance del islamismo radical, sino que detrás está, en principio, el problema de marginación del que venimos hablando. Estos disturbios no requieren de una estrategia previa, ni de una sofisticada preparación en cuanto a aparatos, ni de una organización especial, basta sólo con una cierta dosis de desesperación, un grado de ociosidad y crispación y un sistema de mensajes que está al alcance de cualquiera. Pero este ataque visceral contra las propiedades de los demás, en un entorno inmediato, puede provocar un efecto bumerán de consecuencias imprevisibles, dando lugar a bandas organizadas antiislámicas y a una confrontación en toda regla.

El derecho a la información que esta sociedad se ha otorgado, produce en estos casos un efecto colateral indeseable, pues supone un mecanismo de retroalimentación para estos grupos, ya que les proporciona una publicidad gratuita y crea líderes, héroes y mártires, donde antes solamente había una cuadrilla de marginados, amén de producir un efecto dominó o mimético que es seguido en otros lugares. En estos casos, los medios (de comunicación) justifican por sí solo los fines.

Aquellos que un día pusieron sus pies en los umbrales de París, como en una tierra prometida, son los mimos que ahora la golpean con el martillo de la intransigencia. Atrás quedaron muchos años de vida en guetos, muchas horas de marginación y muchas ilusiones frustradas. Detrás se esconde el oportunismo de unos políticos precipitados, y torpes que ven una buena ocasión de sumar votos asumiendo posturas radicales más que propiciando una política adecuada en lo social, que sería costosa y muy larga en el tiempo y cuya aplicación puede que no estuviera bien vista, ni fuera compartida por el resto de la ciudadanía.

Debajo de sus calles, de sus iglesias y de sus avenidas, esconde París un entramado de alcantarillas con un olor pestilente. Apenas abrimos una de sus tapaderas se apodera de la ciudad un hedor a cloaca y a mingitorio; esperemos que el agua de la última lluvia calme este fuego que arde en la noche parisina y arrastre de una vez y para siempre esta situación y cuanto la provoca.

*Profesor