Los datos del paro en mayo han sido una agradable sorpresa: el número de desempleados inscritos en las oficinas de empleo ha bajado en la región en casi 3.000 personas, una cifra desconocida desde antes de la crisis; al tiempo, la afiliación a la Seguridad Social ha aumentado en más de 4.000 personas.

Sería una irresponsabilidad echar las campanas al vuelo, porque por encima de la coyuntura de un mes está la contundencia del dato de que la región tiene 112.000 personas demandantes de empleo, y que éstas son 7.000 más que en mayo del año anterior. Pero también sería injusto negarse a ver la evidencia de que estos datos son mejores que los del conjunto nacional y que el comportamiento del mercado laboral en mayo ha traído un descenso en sectores de actividad, como la industria, que poco tiene que ver con la estacionalidad.

El dato, además, tiene un efecto positivo colateral: el psicológico. España, y por tanto también Extremadura, ha vivido en las últimas semanas uno de los periodos más convulsos, más inciertos y más desalentadores de las últimas décadas. Un simple hecho puntual y limitado como son los indicadores del paro del último mes no puede, por sí mismo, variar ese estado de ánimo tan enraizado, pero invita a pensar más en claroscuro, en que la situación que sufre la sociedad no es eterna, ni tiene por qué serlo. Siempre habrá profesionales del apocalipsis, experimentados agoreros, devotos del cuanto peor mejor. Los datos del paro de mayo no son, ni mucho menos, su antídoto, pero sí un alivio contra ese mensaje.