Ha tenido que ser un Rey Mago quien acabara con una singularidad que a mis cuarenta y tantos años aún me caracterizaba: ir por la vida sin teléfono móvil. Aunque para singular, por su concepción elemental de la vida, un cuñado inglés de mi amigo Carlitos García que es profesor de yoga, vegetariano, y no tiene móvil ni carné de conducir, todo un impávido bicho raro en los tiempos que corren, aunque apreciado para una mínima parte del mundo. Y es que hoy en día es toda una proeza ir de minimalista e intrínseco. Digamos que la privación voluntaria se puede considerar una actitud valiente, es como meterse desarmado en una jungla de predadores que engullen por capricho todo artilugio que sale a la venta, y luchan entre sí por acaudalar lo útil y lo inútil.

Aunque para qué nos vamos a engañar, el tanto tienes tanto vales está más vigente en nuestra sociedad que el bienaventurados los desposeídos , eso sí, siempre que lo que se posea sea muy visible. Ya puedes ser el tío más erudito del mundo, el más diestro tocando el piano, el más hábil con el bisturí, e incluso el mismísimo genio de la lámpara maravillosa, que como no se te vean las maneras rodeado de bienes tangibles --coche, móvil, portátil, etcétera-- te quedas en un pringao .

Recuerdo los primeros teléfonos móviles de la historia, que parecían cajas de zapatos con teclas de lo grandes que eran, y la presunción de la que hacían gala sus propietarios. Aquellos aparatos vivían al aire libre, no conocían bolsillo ni cartera, siempre iban insinuándose en las manos de sus dueños, y algunas veces se mostraban más de la cuenta en barras y mesas de cafetería, junto a las llaves del auto, para significar su estatus --ficticio o no--. Ahora el móvil abunda tanto como el langostino de vivero y llevarlo encima no ayuda a dar el pego de tipo estupendo. Hoy hasta tiene algo de romántico vivir sin móvil. El otro día, estaba yo haciendo cola en una pescadería, y delante de mí, dos jóvenes treintañeras hablaban de un chico al que habían conocido hacía poco tiempo. Una de ellas subrayaba con énfasis que el mozo en cuestión no tenía móvil: ¡¿Qué Alfredo no tiene móvil?!... ¡Qué interesante, qué exótico, qué esnob, me gusta! Claro que si no tienes móvil corres el riesgo de que se te trate como a un paleolítico, como le ocurrió a un conocido mío poco amigo de ajustarse al avance tecnológico. Resulta que se echó una novia, y ésta le presentó a sus padres diciendo: "Aquí mis padres; aquí, Leandro , mi australopiteco".

No se debiera consentir que el móvil cayera en oídos deseosos de escuchar, ni en bocas ansiosas de hablar para matar el tiempo. Eso de utilizar el móvil para preguntar, por ejemplo, ¿qué camisa llevas puesta hoy?; o contarse unas batallitas para evitar el aburrimiento, o darse recetas de cocina de las fáciles, debería estar prohibido, ya no porque el móvil puede ofenderse al sentirse un bicho poco importante, sino para no emitir ondas radiactivas innecesarias.

Si, ya tengo móvil, soy una persona normal. Después de todo debo reconocer que el móvil es un aparato bastante provechoso que te ayuda a estar bien comunicado. Hoy mismo he recibido un mensaje de un amigo ecologista que me decía: "Manifestación en contra de las antenas de telefonía. Día 27, enero, 20.30. Pásalo".

*Pintor