XMxe quito el cráneo, como dijo don Latino. Después de haber leído diez o doce críticas en este y otros diarios, movido por la curiosidad y el inexorable afán de oír a los actores hablar en arameo y latín, me metí en el cine --qué poquito voy ya al cine-- para ver qué pasaba con la polémica y discutida película de Gibson.

Me quito el cráneo. De Gibson he leído de todo. Bueno y malo. De todo. Católico acérrimo, negociante, padre ejemplar, facha, oportunista... de todo lo habido y por haber. He aquí mi cráneo, señor Gibson. Tanto me da lo que usted sea. La película sobre la Pasión de Cristo, magnífica.

Pasé casi dos horas sin pestañear, fijo en la pantalla y sin atisbo alguno de tedio o distracción. Imágenes y palabras de un lado a otro, zarandeando mi capacidad de asombro a estas alturas de la vida. Del guión y la historia que se cuenta no hace falta decir nada. Lo sabemos todos de siempre y toda la vida; pero había imágenes y los protagonistas hablaban en arameo y en latín ¡en latín nada menos!

Desde la inquietante neblina del Huerto de los Olivos al vientazo desapacible del Calvario, la sucesión de imágenes me pareció absorbente, magnética, ineluctable. Lo que pasa es que uno es un irremediable aficionado a la fonética y a la fonología lingüísticas. Los que hemos mordido el anzuelo de las vocales y las consonantes, y todo lo que viene luego: morfología, sintaxis, semántica... no hay nada que nos embeba tanto. Lengua e Historia componen un dueto delicioso para el apasionado de ambas ciencias. Cómo explicarlo.

Hemos visto en mil películas a Cristo hablando en castellano. Y no era así. Por fin, lo oímos en la lengua que él ciertamente habló (alef, beth, sagim...), el arameo, esa reliquia que apenas balbucea ya en un rincón de Mesopotamia y que hace dos mil años hablaban por todo ese atormentado Oriente Medio. Una maravilla.

¿Y Pilatos y los soldados romanos?... en latín. ¡Por fin en latín! Con acento italiano, pero en latín. Pobre latín, arrinconado hoy como asignatura optativa en este envenenado sistema educativo. Que un rayo fulmine a los que te han marginado tan alevosamente.

Leo en los denostadores de la película que rebosa violencia sin ton ni son. A ver si ahora resulta que aquello fue agua de rosas. ¿Qué violencia de qué? ¿La flagelación? Un inocente aperitivo comparado con lo que se ve cada dos por tres en mil reportajes y películas indecentes que pululan de continuo por las miserables emisoras de TV.

Una triste constatación. Cuando acabó la proyección me fijé en el público que había en la sala. Casi todos habíamos cruzado ya la delgada línea roja de la mitad de la vida. La historia del judío que hablaba en arameo no atrae a los jóvenes. Y otra molestia más que aún me colea en el ánimo. Ese actor sufrido que es Jim Caviezel, insuperable en su papel de Cristo, me miró fijamente desde la pantalla y me dijo: ¿Qué recompensas esperas si no amas más que a los tuyos?... Tienes que amar a tus enemigos.

Ahí sí que ya no entro. Fui a deleitarme con imágenes y fonemas y salí trasquilado. Amar a mis enemigos.... Detrás de la cruz del visor, con el dedo en el gatillo.

*Profesor y escritor