Se intensifica el debate sobre la divulgación de las imágenes duras. Las fotos de la masacre terrorista de Madrid o del horroroso ritual sufrido por unos norteamericanos en Irak, así como, también, la película de Mel Gibson sobre Jesús, ponen de actualidad la duda sobre si es mejor edulcorar/censurar lo que se traslada a la opinión pública sobre los acontecimientos desagradables, o dejar que sea la gente la que, según su criterio, tome o deje las imágenes de la verdad.

Es un tema condenado a no encontrar unanimidad. Hay lectores y críticos cinematográficos que claman por el declive del supuesto buen gusto. Pero del mismo modo hay muchos adultos cansados de ser tratados como menores. En cualquier caso, lo de que ya se sabe y no es necesario detallar lo que sucede cuando explota una bomba en un tren, o cómo murió realmente Jesús, son argumentos discutibles y, por ejemplo, para la creación de una conciencia antiterrorista puede ser positivo mostrar la realidad. De todos modos, que nadie piense que todos los diarios y todos los directores de cine son frívolos. Y otra cosa: tampoco tomen al pie de la letra aquello de que la sangre vende . En cambio, asuman que a veces las cosas son como desgraciadamente son.