WLw a apelación a ETA realizada ayer por el líder de Batasuna, Arnaldo Otegi, para que la organización terrorista vuelva al alto el fuego permanente que declaró el 22 de marzo y arruinó de manera salvaje el pasado 30 de diciembre con un atentado en el que murieron dos personas, es un gesto significativo que debe valorarse. Y ello por lo que tiene de insólito: es la primera vez en la historia que un responsable de la izquierda aberzale pide a ETA el cese total de la violencia; e incluso es la primera vez que Otegi utiliza el término "atentado" para referirse a una acción violenta de un comando.

El problema es que la petición de Otegi llega tarde y además --y esto es aun más importante que el tiempo-- se queda corta. Una reacción como la de ayer hubiera hecho falta cuando, en plena tregua, empezaron a producirse episodios de violencia callejera o hechos como el robo de pistolas en Francia. Ahora, después de la explosión mortal de la furgoneta en la T-4 de Barajas, es muy probable que el llamamiento caiga en saco roto porque el tren de la paz ha pasado, quién sabe para cuánto tiempo. La apelación a ETA debe ir acompañada, por otra parte, de una inequívoca condena de los atentados. Ese sí es el paso que la sociedad espera y que permitiría a Batasuna participar con normalidad en el juego político. No deben extrañar, por tanto, las palabras de la vicepresidenta De la Vega, tomándose descreídamente las declaraciones de Otegi y señalándole que tiene mucho camino por delante para ganarse la credibilidad de la sociedad española y vasca.

Es bastante evidente que el atentado de Barajas sorprendió a los dirigentes de la izquierda aberzale y, además de prácticamente arruinar el personal futuro político de cada uno, puso muy difícil su participación en los próximos procesos electorales, una aspiración de Batasuna desde que la ley de partidos le condenó a la marginalidad. No obstante, la organización de Otegi tiene a partir de ahora una espléndida oportunidad de que se crean sus palabras: que empiece por aplacar la kale borroka, protagonizada en muchos casos por simpatizantes suyos, y comenzará a demostrar que sus palabras no son solo de cara a la galería.

Aunque fuera cierto que, como algunos señalan algunos sectores del nacionalismo vasco, ETA no quiso matar a nadie en Barajas, la brutalidad del atentado --una cantidad inmensa de explosivos en un aparcamiento de un aeropuerto muy transitado-- hace que no estemos ante un episodio más del tira y afloja de una negociación compleja. Después de la brutal explosión del 30 de diciembre, ETA carece de credibilidad para volver a la situación del 22 de marzo. Lo único que sacaría al proceso del callejón sin salida al que le ha llevado la organización terrorista es el anuncio por parte de ETA de que deja definitivamente las armas. Porque la palabra tregua ha perdido ya todo sentido y ningún Gobierno va a volver a arriesgarse a que un comando aborte sin avisar un diálogo que solo puede moverse en los términos de intercambio de armas por medidas de generosidad democrática con los presos y los refugiados.