Habíamos llegado hasta allí, donde los inviernos tienen el color de los veranos, en el umbral de febrero y con el horizonte en carnavales. Hasta el mismo quicio de las noches que alumbran los montes mientras la nieve deslumbra por la mañana a quienes conducen camino de alguna parte. Así son los días de este viaje infinito que se hace de minutos, de historias perdidas en las aceras e ilusiones de amanecer. De la guerra de los días y las pasiones de entonces. De este tren que vuela rápido hacia cualquier lugar donde guarecerse. Y, mientras tanto, la vida pasa, como quien supiera que este diario hecho papel se transforma en cada línea, en cada esfuerzo por no perder. Como la luz de entonces, como la poesía de muchos. Y así cruzamos el desierto de este tiempo frío, mientras la niña se peina frente al cristal y el ordenador grita que no puede más. Tantos pasos para llegar a ninguna parte, tantas ventanas por abrir y la calle pidiendo más aire y menos pan. Vamos entendiendo la historia, buscando el consuelo de los besos y una palabra sin nombre. Con el viento a favor y la mirada perdida te digo adiós, enero, para soñar con la luz, para que venga ya el calor de los días, la gasolina del alma y el deshielo de esta pasión. Invento cristales y amanezco entre los charcos, me pregunto dónde abandonar el lastre y escapar al abrazo del viento a esas playas que no conocimos, a soñar que sube alta la marea y lleva mi barco hacia donde quiera. Y, mientras, el hombre se busca en su espalda, sabiendo que toda la vida es mucho, que todo el calor es poco. Porque cumplimos más que vivimos, porque las grietas se cierran y hace falta brindar por lo que queda.