Han coincidido en el tiempo el resultado del concurso para ponerle letra al himno nacional y la celebración del aniversario del Rey; resulta imposible dejar de hacer algunas reflexiones sobre la patria, que es lo que pretenden simbolizar todas esas cosas y algunas más. España tiene la tragedia de no haber dispuesto de enemigos exteriores en los últimos doscientos años. Todas las agresiones nos las hemos hecho nosotros mismos y la resultante es la dificultad de asumir crítica y tranquilamente nuestra historia y conciliar puntos de encuentro en la definición de una España constitucional con la que todos estemos conformes.

Nos encontramos ante una de esas circunstancias psiquiatricas de la vida en la que no somos capaces de disfrutar de lo que disponemos y nos esforzamos cada día en revolcarnos en nuestros defectos para que el resultado sea la infelicidad. Si ya hemos sobrepasado económicamente a Europa, si el impulso que en todos los órdenes le hemos dado a España en veinticinco años no tiene parangón, si disponemos de la paternidad y la patente de una lengua que hablan cuatrocientos cincuenta millones de personas, ¿qué nos impide poner en valor todos esos medios para tratar de influir en un mundo que necesita nuevas ideas, nuevos proyectos y nuevos liderazgos? Todo esto, visto desde Latinoamérica resulta insoportablemente claro porque denuncia cotidianamente lo que podríamos hacer si solucionáramos todos nuestros conflictos internos. La república, como recipiente de los derechos y las obligaciones de los ciudadanos, puede ser nuestra monarquía. Ese no es el problema. Conseguimos resucitar una institución muerta y el Rey se ganó el derecho a presidir el Estado. Todo país necesita identificarse con su república para que ese consenso en la satisfacción crítica pueda ser punto de partida de los grandes principios que hagan imposible la desestabilización del sistema desde dentro. Si existe un acuerdo básico en lo que se es, es muy difícil que nadie pueda plantear cuestiones que atenten contra esa concepción compartida, profunda y básica de lo que es la patria a la que uno pertenece, formulando todo sin aspavientos, sin necesidad de comerse las banderas. Quizá no tenemos letra para el himno, en la misma medida que no hay un apego a la bandera, porque todavía no hemos sido capaces de formular una patria alternativa a la que tantas heridas no ha proferido en nuestra historia.