Filólogo

Estaba la noche metida en fútbol y patriotismo. Cuando Raúl estoqueó a los noruegos, el patriotismo, de la mano del casta , cambió de canal: "¿Usted sabía que los extremeños tenemos ejército?. Pues ahora les mandan a Irak, al infierno, por qué coño tienen que ir al infierno esos muchachos?". Aunque confundiera la Brigada Extremadura XI con el ejército extremeño, el casta y el alcohol seguían empeñados en ser libres y radicales. Su voz abrasaba como alcohol de quemar: ¿qué se nos ha perdido a los españoles en Irak?. Nadie cree en la reconstrucción, en la cantinflesca ayuda humanitaria ni en la farsante solidaridad, porque todo eso es palabrería del mismo podrido cesto. España es casi una colonia americana, dócil, seguidista y felpudona, hipócrita y obligada, que para recobrar la dignidad y para manifestar la oposición a que estos Mambrús se vayan a la guerra sin saber si volverán, ha de huir de los telediarios y refugiarse en el fútbol y las tabernas. Ahí aparece una estirpe de ebrios , con luminosas conciencias, émulos de los clochards parisinos de Cortázar, rabiosos filósofos de medianas ebriedades, pero con el sentido común tan sazonado como para mandar a la basura la mentira oficial y negarse a ser fuerza de ocupación, enemigos de pueblos masacrados o acogerse a dudosos catecismos de terrorismo internacional. ¿Quién nos ha dado vela en este entierro? ¿Por qué hay que arrimar el hombro y el muerto para proteger los intereses de las multinacionales?. ¿Al precio italiano de veintitantos mozos envueltos en la bandera, para que Aznar les ponga una medalla?. La noche se había metido en un controvertido patriotismo de triunfos, fracasos y ecos: "¿Por qué coño tienen que ir al infierno esos muchachos?".