El 1 de mayo. El Día Internacional de los Trabajadores. «Trabajadores». Una palabra que casi empezaba a sonar tan anticuada como esa de «obreros». Porque parecía que en esta época de globalización y expansión de la democracia Occidente no necesitaba de esos conceptos antiguos. Ya todos éramos simplemente ciudadanos. Todos y todas pertenecíamos a la llamada ‘clase media’. Todos y cada uno de nosotros con las mismas oportunidades y los mismos derechos y deberes. La crisis económica ha demostrado que nada más lejos de la realidad.

El capitalismo de rostro humano que se impuso en el siglo XX como remedio para permitir el libre mercado combinado con un mínimo de bienestar común se ha ido desmoronando hasta entrar en el nuevo milenio en un capitalismo no sólo inhumano, sino también incontrolable. Hoy no hay un patrón de fábrica al que culpar. Los jefes se ocultan en tan grandes corporaciones y entramados a los que la mayoría permanecen ajenos e ignorantes de su existencia.

Hoy es más fácil hacerse rico especulando en los mercados que produciendo bienes. Es el dominio de la mano invisible, convertida en una burda pero eficaz mano que mece la cuna. La ley del más fuerte, el contrato social de Rousseau desquebrajado. Y cuando surgen intentos de nuevos sistemas, nuevos paradigmas, que se supone buscan una mayor justicia social ya sabemos cómo acaba la historia -véase Venezuela-.

En su magistral obra ‘Un hombre’, la autora italiana Oriana Falacci hablaba sobre «el eterno Poder que nunca muere, que cae siempre para resurgir de sus cenizas, aunque se crea haberlo abatido con una revolución o una matanza que llaman revolución; en cambio, helo aquí de nuevo intacto, tan sólo con distinto color: aquí negro, allá rojo, amarillo, verde o violeta, mientras el pueblo acepta, sufre o se adapta».

Hay quien dice que es ahora cuando existe la oportunidad, o más bien la necesidad, de modificar el sistema, de mejorarlo, de volverlo más equitativo.

De lo contrario, mientras el 1% acumule la misma riqueza que el resto de la población mundial seguimos alimentando una bomba de relojería que en cualquier momento nos estallará. Que sólo ocho hombres acumulen más dinero que la mitad de la población (3.600 millones de personas) cuando buena parte de ella aún muere de hambre es una cifra por la que se debería reflexionar. Vale la pena recordarlo cada 1 de mayo y cada día.