TEtn demasiadas ocasiones pedimos a los demás compromisos que nosotros no somos capaces de adquirir, esfuerzos que no estamos dispuestos a hacer. Con los políticos ocurre también. Tienen una responsabilidad añadida y una obligada ejemplaridad, pero no son magos ni dioses. La política es -debe ser, diría yo- un reflejo de la sociedad en la que nace. Hace poco leía que en este proceso de interinidad hasta que se constituya un nuevo gobierno, los políticos están pensando en intereses partidistas. Claro. Quizá nos resulte incómodo reconocerlo, pero si existen partidos políticos diferentes es porque en la sociedad existen intereses diferentes. Uno de los objetivos de la política es, precisamente, vehicular y armonizar los intereses sociales enfrentados.

Desde los detalles más cotidianos (quien quiere estar de juerga en la calle a las tres de la mañana mientras alguien cerca quiere dormir) hasta los más relevantes (quién paga cuántos impuestos y por qué), hay probablemente tantos intereses como personas. Así que no sé si es ignorancia, hipocresía o irreflexión exigir a los políticos que no defiendan intereses partidistas cuando los partidos existen precisamente para eso, y cuando nosotros en nuestra vida diaria no dejamos de defender nuestros propios intereses.

La verdadera nueva política llegará cuando se haya creado el clima social necesario para entender que la política es de todos y que es algo bastante más complejo de lo que parece. Desde la antropología hasta la sociología pasando por la psicología, son muchas las disciplinas que tienen algo que decir sobre la política.

Está muy bien quitarse la corbata, remangarse la camisa, sustituir el maletín por la mochila y ofrecer espectáculo en las horas de mayor audiencia televisiva, pero la buena nueva política vendrá del rigor y de la profundidad de análisis. Lo demás funcionará un tiempo, como los fuegos artificiales que nos deslumbran y casi en el acto quedan reducidos a cenizas. El hecho de admitir que los partidos tienen el derecho y la obligación de defender intereses partidistas y, al mismo tiempo, que hay unos intereses generales por los que velar, es solo uno de los muchos ejemplos que se pueden poner acerca de la dificultad de la política.

Otro ejemplo de nuestras exigencias irreflexivas como ciudadanía es que los políticos sean eficaces y al mismo tiempo permanezcan poco en los cargos. ¿Tenemos idea de la complejidad de las decisiones que hay que tomar desde algunas responsabilidades públicas? ¿Qué pensaríamos si en nuestro trabajo nos exigieran el máximo nivel desde el primer minuto y cuando ya somos expertos nos dijeran que tenemos que irnos? Pensemos en ello.

XLO QUEx pretendo poner de manifiesto con estos dos ejemplos es que la política no es algo muy diferente de nuestra vida, que todos tenemos la obligación de hacer un esfuerzo reflexivo para construir política y que los dirigentes de los partidos tienen el deber de realizar pedagogía permanente sobre este tipo de disquisiciones.

Y justo ahí, justo en este punto, es donde la nueva política tiene su bisagra hacia un mundo mejor: en la pedagogía. Este es uno de los elementos, quizá el más importante, que diferencia la democracia (el gobierno del pueblo) del despotismo ilustrado (todo para el pueblo pero sin el pueblo).

La ausencia de pedagogía es uno de los grandes pecados capitales de los 22 años de gobierno del PSOE. No fue capaz, por ejemplo, de que la ciudadanía entendiera que la educación o la sanidad no son "gratuitas", sino que las pagamos todos y con un alto coste. Tampoco Podemos lo está siendo ahora, proponiendo cambios sociales que sabe imposibles sin la anuencia de la UE, algo que la gente debe saber.

La falta de pedagogía no es casual, ni siquiera es un "error". Es una estrategia deliberada para reducir la libertad de la ciudadanía, para manipularla mejor. Del mismo modo que el PSOE logró en los ochenta con esa estrategia desmantelar gran parte de los movimientos sociales, Podemos pretende ahora lo mismo con toda la movilización social generada tras el 15-M. Es la misma estrategia equivocada del despotismo ilustrado. Es lamentable cómo la izquierda, genéticamente pedagógica, ha ido renunciando a este concepto tan importante.

Cuando realmente se quiere a alguien se le quiere en libertad: para que esté a nuestro lado solo porque lo desea, no por obligación. La relación de los gobernantes con la ciudadanía debe ser de la misma naturaleza. Así que solo atisbaremos la nueva política genuina cuando sepamos que nuestros políticos nos están contando la verdad aunque eso suponga un riesgo de que no les votemos. Mientras, lo mejor es que nos informemos por nuestra cuenta, para tratar de ser lo más libres posible. Un ciudadano mal formado e informado es, probablemente, un votante equivocado y, por tanto, el peor enemigo del interés general y del suyo propio.