Hora de entonar un mea culpa. Seguro que sacan dos, tres o quizás más artículos en esta columna en las que la figura de Pedro Sánchez sale mal parada. Peor, incluso. Que uno tiene sus tardes. ¿Significa esto que haya que empezar a expiar culpas y redactar laudatorias? No abramos aún el champán, ni hagamos lo que proponía -procaz- el Sr. Lobo.

La audaz jugada de la moción, ganándole la mano a Ciudadanos de un más que desorientado Albert Rivera, fue un planteamiento políticamente admirable. Pero no pasaba de ahí: una jugada hábil. Algo deslucida porque acusar de corrupción (probada) al Partido Popular desde el socialismo no deja de ser una cuestión de tiempos. Más bien, de plazos procesales, de adelantarse a que llegue la siguiente sentencia. Que puede caer de «tu lado». Y porque para el desahucio de Rajoy ha necesitado apoyos de muy diverso calado, de los que desconocemos qué van a plantear a cambio. Pero, repito, la firmeza de Sánchez, y su primer intento de pedir a Rajoy la dimisión, disimulaba por vez primera su ambición personal en algo más cercano a una estrategia.

Alguna señal de altura de miras habíamos visto en su papel en Cataluña. Manteniendo un perfil más bajo que el del presidente (realmente, el que correspondía como jefe sin asiento de la oposición), se decidió a apoyar sin ambages el 155 y su continuidad. Olvidaba así Pedro Sánchez (que no el PSOE) veleidades terminológicas y caducos federalismos para abrazar la causa del imperio de la ley. Nunca es tarde, dicen algunos.

Y, ahora, investido de figura presidencial, dibuja un gabinete que ha sido más que bien recibido por crítica y público. Quizá debiera reflexionar (seguro que «su» Iván lo ha hecho) que gran parte de ese recibimiento viene de la sorpresa: pocos esperaban mesura y falta de sesgo. Pero lo cierto es que la composición del gobierno responde con precisión lampedusiana al cambiar todo, pero respetar la línea. Un gobierno para agotar y dar impulso a una legislatura (por muchos) «liquidada». Pedro, el salvador.

¿De España? Qué va. Eso bien lo debe haber aprendido en la dura travesía que ha tenido, donde el exceso de ambición (y, sobre todo, lo visible del tema) habían lastrado todos los movimientos del novísimo presidente. Sánchez se juega la continuidad (objetivo último de todo esto) en dos temas: la economía y Cataluña.

La economía de España viaja en primera, así que lo mejor era mandar inequívocas señales a Bruselas y mercados de que se sabía de que iba la cosa. Tocar poco, hacer política pero sin dañar el techo de gasto. De ahí, Nadia Calviño, una tecnócrata con experiencia en Europa, y que se ha visto como un indicativo de limitación de riesgo. Por supuesto, tendremos nuestra ración de intentos de ampliar el «gasto social» y más presión fiscal, pero (si es listo) será poca cosa en esta corta legislatura. Por supuesto, de nuestro verdadero problema económico, el tremendo endeudamiento, ni se acercará. Si quita votos, calcula, será en 2020. Pero es que no es una cuestión de votos… pero no me quiero desviar.

Cataluña es tarea ingrata, pero con mucho por ganar. Con rebajar la tensión, será visto como algo cercano a un pacificador. Que, sin embargo, no ha dudado a mandar un potente mensaje a los soberanistas en forma del veterano y batallador Josep Borrell, al que no creo que pueda atar en corto. Hablará, escuchará, como una forma de romper la frialdad institucional que deja Rajoy (léase, Soraya), pero no dudará en respaldar sentencias y blandir el 155. Es una cuestión de votos.

Entonces, ¿qué salva Pedro? El bipartidismo. Desde la confección del gabinete ha dejado claro a Podemos que se han quedado a la izquierda de la izquierda. Que el PSOE es parte de esa socialdemocracia europea con ánimo y estampa de gobierno. Lo otro, es populismo bolivariano. Por eso, al principio, hasta las próximas elecciones, les dará poco y arrinconará más.

Pero es que, además, le ha echado una mano al PP, que Rajoy -que tonto no es- ha visto con claridad: casi dos años para refundarse y recuperar ese espacio que era tan claramente pasto de Ciudadanos (y que Rivera acarició cuando lanzó su amenaza a Rajoy). Curiosamente, estamos más cerca de que la nueva política envejezca prematuramente antes de las siguientes generales.

Eso sí, tampoco nos dejemos llevar por la ingenuidad. Una capacidad camaleónica no quiere decir que haya un cambio de verdad. Año y medio en política en casi un eón. Veremos si esto es pura «mise en scène» o tiene un engranaje sólido detrás. Yo tengo mi apuesta, claro. ¿Lo hablamos otro día?