Honoré de Balzac fue por etapas un escritor tremendamente pobre. Cuando un tío suyo se murió y le dejó todos sus bienes, el autor, en tono irónico, comunicó a sus amistades que su tío había pasado a mejor vida... y él también.

He recordado esta anécdota después de conocer la victoria de Pedro Sánchez en las primarias del PSOE. Pedro Sánchez, aupado por sus militantes, vuelve a dar el braguetazo al tiempo que envía a su partido, incapaz de desembarazarse de él, a mejor vida.

Sánchez-Balzac cuenta con otros quince minutos de gloria. El tema resultaría divertido si no fuera porque es un pésimo resultado para los designios del país. Ya dije en esta columna que los tres candidatos que aspiraban a la secretaría del PSOE eran flojos; pero Sánchez es, con diferencia, el más flojo de los tres.

El déjà vu está servido. Sánchez, al contrario de Balzac, no tiene una mente prodigiosa, es rencoroso y carece de programa y de ideas propias, como ha demostrado durante estos dos años de sectaria y banal oposición a Rajoy al tiempo que ha ido allanando el camino para que su partido pase a mejor vida.

Nos esperan más intentos de pactos Frankenstein (con Podemos, con los separatistas, con cualquiera que pueda ayudarle a ser presidente), más «No es no», más descalabros electorales del PSOE. Sánchez, que ha sacado en dos ocasiones consecutivas los peores resultados de la historia de su partido, se mueve entre los aires de grandeza y el abismo. No le apoyan los barones, no le apoyan los dirigentes históricos que sí han gobernado y de su militancia, que es tan solo el 3 % de los votantes del PSOE, no le apoya la mitad. Pero qué más da cuando el odio a un enemigo común rompe todas las barreras.

Pedro Sánchez, como el tío de Balzac, pasó el domingo a mejor vida. Vuelve a recibir una herencia, sí, pero como buen derrochador que es no la va a mantener mucho. Mientras tanto, que le quiten lo bailao.