Llámenme iluso, pero nunca pensé que los delirios del independenismo catalán llegarían tan lejos. He crecido en el marco democrático de una Constitución, la del 78, y pensé, de verdad, que un desafío soberanista como el producido en los últimos siete días en Cataluña nunca llegaría a materializarse de una manera tan burda y mucho menos seguida en masa por miles y miles de personas que han sido criadas en un marco de libertad donde se sabe que la democracia se fundamenta precisamente en el cumplimiento de las leyes. La locura de unos pocos se ha extendido a una parte de la población y la huida hacia delante, asentada en un referéndum imposible, los ha llevado a un callejón sin salida donde ya es imposible plantear algo que los devuelva a la situación anterior.

Desde el 1-O para acá se han manipulado las cifras, se ha retorcido la realidad hasta la extenuación haciéndose pasar por víctimas de la represión y, al final, por lo que se aprecia en los dos últimos días, solo el dinero va a conseguir parar semejante disparate. La marcha de los dos grandes bancos catalanes de la Comunidad, Banco Sabadell y Caixabank, a Alicante y Valencia respectivamente, así como distintas empresas punteras catalanas como Gas Natural o Catalana Occidente a Madrid está provocando que algunos independentistas empiecen a despertar del sueño en el que andaban metidos y comiencen a entender que este barco no va a ningún lado más que a la deriva.

Solo un iluso como Oriol Junqueras puede pensar que «es algo temporal» como ha dicho o que se trasladan a otros países catalanes. Imagino que oír esto de todo un vicepresidente económico es para echar a correr. Ha tenido que salir Artur Mas a decir que Cataluña no está preparada para la independencia real y que antes «hacen falta unas cuantas cosas que todavía no tenemos». ¿Ahora se da cuenta? Por favor.

El rey jugó su papel como ente estabilizador, pero su mensaje, lejos de tranquilizar, provocó un vértigo inusitado que recordó a otras noches de insomnio como aquella fatídica del 23-F de 1981. Hay quien ha criticado a Felipe VI por la dureza de sus palabras y la poca capacidad de diálogo mostrada. Es verdad que fue así, pero un jefe del Estado está justo para eso, para reafirmar la ley y la Constitución que los españoles le hemos obligado a firmar, llamando al orden a los desleales y desautorizando a quienes quieren cargarse el marco de convivencia. El diálogo es imposible con quien ya ha rebasado la última línea roja y ha iniciado el camino de la ilegalidad.

La salida de banco de Carles Puigdemont del día siguiente, riñendo al rey con ese famoso «así no, majestad» y exponiendo una realidad social catalana que él y los suyos se han querido cargar desde el inicio de su estrategia, demostró precisamente la eficacia del discurso real y su relato de opresión o de contienda entre dos países, no arrancó favor alguno, lo mismo que su petición de diálogo o mediación empezó a demostrar que el castillo de naipes iniciaba su desmoronamiento.

Lo que se intuye para los próximos días es una marcha atrás o una DUI (Declaración Unilateral de Independencia) en diferido, es decir, con un plazo de cumplimiento no inmediato sino ‘sine die’, la cual permita a los catalanes doblegar su desafío pero sin manifestar una derrota. A partir de ahí se irá a unas elecciones autonómicas y, en función de su resultado, dios dirá. Es la única salida que les queda a las autoridades catalanas antes de la intervención de la Comunidad por parte del Estado porque sin apoyo internacional ni respaldo legal no hay otra opción.

En todo este embrollo puede que se refuerce el bloque independentista, el cual ha quedado como un gobierno bien intencionado en sus planteamientos que no ha podido contra la maquinaria del todopoderoso Estado. Aunque tampoco hay que descartar a esa otra parte de la sociedad catalana de clase media que ha visto cómo sus partidos de siempre, los herederos de CiU, han seguido los designios de los independentistas de Esquerra Republicana o de los anticapitalistas de la CUP y le han hecho un daño terrible a Cataluña. ‘La pela es la pela’, ¿recuerdan?

Quien va a salir reforzado, sin duda, más si cabe por la indefinición de Pedro Sánchez o el oportunismo de Pablo Iglesias, va a ser Mariano Rajoy. Su estrategia de inacción, tan criticada por tantos, incluso por mí, puede que le funcione. Otra vez. Y es que el Marianismo, doctrina política que prima estar parado viendo como el contrario se equivoca o se choca contra un muro, le lleva reportando éxitos dos legislaturas. En fin.