A veces, me pregunto si no he nacido en un tiempo equivocado. Porque participo de la modernidad y de las actuales tendencias sociales, me mantengo al día de las novedades tecnológicas, y gusto de experimentar con las herramientas más innovadoras. Pero, al tiempo, contemplo con nostalgia como van desapareciendo algunas buenas costumbres de décadas pretéritas, y algunos elementos que resultaron significativos, y que formaron parte de nuestras vidas.

Últimamente: escucho más música de décadas pasadas que éxitos del momento, contemplo los clásicos del cine con mejor disposición que los últimos estrenos de cartelera, y me zambullo en más lecturas de papel crujiente que de píxeles y tinta digital. Cada vez me agradan más el chisporroteo de un vinilo dando vueltas en un tocadiscos, la fragancia y el tacto que se perciben al pasar las hojas de un buen libro, y la elegancia y sutileza del blanco y negro en las imágenes en movimiento de distintas obras del séptimo arte.

No reniego de lo bueno que nos trae el transcurrir de los tiempos; que es mucho y en muy diferentes ámbitos. Pero me apena la amenaza de desaparición de los quioscos, las cabinas de teléfono, los buzones de Correos, las máquinas de escribir, las fotografías en papel, las cintas de cassette, los viejos transistores o las postales navideñas, por poner solo unos ejemplos.

No sé si esto responde a la añoranza de los paisajes de una infancia feliz. O si el constante bombardeo de nuestros días satura tanto que, en contraste, a uno le da por revisar las raíces. Quizá sea un poco de todo. Pero el caso es que, de cuando en cuando, dan ganas de pirarse de este mundo acelerado, hiperconectado y frenético, para refugiarse en la quietud, el sosiego y la calidez de aquellos días que ya no volverán.

Es cierto que, en ocasiones, la memoria tiende a dulcificar el pasado. Pero, si no se hubiese probado aquel azúcar, difícilmente permanecería hoy ese regustillo a almíbar tan agradable. O sea, que dulzor hubo, porque si no se nos agriaría el alma de solo pensar en fechas que quedaron muy atrás en el calendario.

Pero el anhelo de lo que fue, y el gusto por todo eso que ahora se califica como vintage, no nos exime del disfrute de lo reciente o de lo que está por venir. Porque hay que reconocer que, habitualmente, los avances de nuestros días, nos hacen la vida más fácil. Pero la memoria sentimental, nos humaniza. Y eso no hay que perderlo nunca de vista.