Leo que hay quien exige (sic) que se le cambie el nombre a varias calles de Badajoz. No es que sea asunto de su competencia, pero, aprovechando que el Guadiana pasa por Badajoz, amenaza con cerrar el grifo de un dinero que, dicho sea de paso, tampoco es suyo. Lo leo y no doy crédito a lo que leo.

Al parecer no todo el mundo sabe que la guerra acabó hace casi ya ochenta años. No solo acabó, sino que, cuarenta años después, nuestros padres, benditos sean, la enterraron. Enterraron los rencores porque sabían que vivir con ellos es morir en vida. Pero hete aquí que, pasado el tiempo, algunos andan desenterrando los odios. Le quieren quitar la calle a cuatro alcaldes por el grave delito de ser alcaldes al mismo tiempo que Francisco Franco era Jefe de Estado. Visto lo visto, doy por descartado (de momento), que se le pueda poner una calle a Ildefonso Sánchez Redondo. También fue alcalde de Badajoz. Alcalde y falangista. Tan falangista que, ni antes ni ahora, resultó ni resulta prudente pisar ese charco. Y, sin embargo, nadie como él representa en esta ciudad la gallardía de oponerse a los crímenes del propio bando. Antes le ponen una calle al asesino de Juan Jara. Juan Jara también era falangista. Panadero y falangista. Una comisión de comisarios políticos ha decidido que su nombre ofende en el callejero. A Juan Jara le mataron en 1933, mucho antes de que estallara la guerra. Le mataron en Zalamea, su pueblo, por colocar pasquines de Falange. Le mataron por sus ideas. Le descerraron un disparo en la nuca. A Juan Jara le quieren quitar la calle por sus ideas los comisarios políticos de antes, de ahora y de siempre. La militancia del que le descerrajó el tiro y la del que le quiere quitar la calle la sé, se sabe y, sin embargo, me la callo, porque yo sí creo en que hay que apagar los rescoldos del odio.

Se llama rencor y es una de las mayores bajezas morales. Por un mísero rédito político intentan manipular la historia; todo sea por estirar el cuellino para cuando Vara levante el vuelo. Han convertido la historia en histeria y lo hacen con absoluta desvergüenza. Lo hacen burdamente, pero, poco a poco, consiguen que comulguemos con ruedas de molino. Tengo por estas autoridades el mayor de los respetos. Tanto o más que las gallinas por el zorro que cuida el gallinero. Pero aún así, en palabras de otro hombre de honor, José de Utrera Molina, reclamo «el derecho a defender a los miles de hombres y mujeres que levantaron la bandera de la hidalguía y de la libertad de España, sin condenar ni zaherir a los que lucharon por su ideal en la trinchera contraria». Porque España no nos gusta, y, aún así, aspiramos a la paz y a la concordia entre los españoles. Haya paz para los muertos de España.

Es evidente que tenemos problemas de mayor calado que si Juan Jara merece o no dar nombre a una modestísima calle. Incluso yo, que no soy nada, tengo problemas mayores. Uno de los problemas mayores que me asolan es tener que discutir esta cochambre moral. Es más, me convendría no ver, no oír, no hablar. Pero, miren ustedes por donde, no puedo. No puedo porque sería una indecencia callar ante este atropello. Porque según Pedro Crespo, alcalde de Zalamea por antonomasia -de Zalamea como Juan Jara-, «al rey la vida y la hacienda se han de dar, pero el honor es patrimonio del alma y alma solo es de Dios». Pero, exista o no Dios, exista o no el honor, a mí lo que de verdad me preocupa es que mañana me tengo que afeitar. Lo hago frente a un espejo y no me gustaría ver el rostro de un cobarde indecente.