El último ejemplo ha sido el anuncio del cierre de webs de internet que no respetaran el derecho a la propiedad intelectual. Tras una serie de declaraciones contradictorias de al menos dos ministros, el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, desautorizó a la titular de Cultura al asegurar que en ningún caso se clausurarían sitios en la red. Ahora, el Gobierno parte de cero y reabre el debate para buscar, dice, una solución conjunta con la Unión Europea.

En el camino, diga lo que diga la vicepresidenta primera, han quedado jirones de la cartera de Angeles González-Sinde. Como antes el ministro de Industria, Miguel Sebastián, perdió parte de su autoridad cuando Zapatero rectificó su propuesta pronuclear. Hasta siete casos de marcha atrás se han producido solo en el último trimestre.

Además de los mencionados, figuran el vodevil de los 420 euros para los parados sin subsidio, la negada y luego confirmada subida de impuestos, la rectificación en algún punto de la ley del aborto o en la propuesta del grupo socialista de retirar los crucifijos de las escuelas, o descoordinación en el secuestro del Alakrana.

A esta sensación de que el Gobierno navega a veces sin rumbo contribuye la falta de una mayoría sólida en el Congreso de los Diputados, que obliga a variar de criterio por necesidades parlamentarias, pero también la tendencia cada vez más acusada al presidencialismo, un sistema ajeno a las democracias parlamentarias, pero que cada vez se impone más.

El presidencialismo consiste en concebir a los ministros como si fueran simples secretarios que ejecutan la política del jefe del Gobierno, toman escasas iniciativas y, cuando lo hacen, corren el riesgo de ser desautorizados por el líder, que surge entonces como el salvador y el que contenta a las partes enfrentadas en un conflicto.

Esta manera de gobernar no es privativa de España. El ejemplo cercano de Nicolas Sarkozy en Francia es quizás el más genuino. El presidente francés gobierna con una corte de asesores que muchas veces se imponen no solo a los ministros, sino hasta al primer ministro. Pero en Francia tienen al menos la excusa de que allí sí que existe un régimen presidencialista.

En España, lo que se trasluce es una imagen de descoordinación, mientras la oposición intenta sacar partido incluso de lo que no debería porque el PP, en su deseo de oponerse a todo, rechaza a veces hasta lo que cuadra con su ideario.