Profesor

En su ya lejana juventud, uno tuvo la suerte de estudiar durante algún tiempo en la universidad de Salamanca. No todo el mundo podía hacerlo, claro, ni en esa ni en ninguna de las pocas universidades que por aquel entonces existían en nuestro país, y cualquier añoranza al respecto es improcedente. Como en tantas otras cosas, también en lo referente a las posibilidades que cada hijo de vecino tenía para seguir estudios superiores ese tiempo pasado fue peor. Mucho peor.

Pero dicho lo anterior, no se pueden ignorar ciertos aspectos positivos que aquel tipo de universidad aportaba a la formación de sus estudiantes, proporcionándoles puntos de vista que, desgraciadamente, se han perdido en los últimos años. El provincianismo hoy imperante es a mi juicio muy de lamentar.

Cuando uno recorría las calles salmantinas convivía con gente de las más diversas procedencias: Vascos en gran número, catalanes que compartían la forma de ver las cosas de sus compañeros extremeños; castellanos de Zamora o León; y latinoamericanos, varones, estudiantes especialmente de medicina, que conseguido el título regresaban a sus países acompañados en muchas ocasiones no sólo del diploma recién expedido, sino de una flamante esposa española.

La gente, pues, convivía, se mezclaba, conocía modos de pensar y acentos diversos. En el caso particular de quien esto escribe, desempeñando poco después tareas docentes en la ´Universidad Laboral´ de Cáceres, centro de enseñanzas medias pese a su nombre, tuvo alumnas de toda España: gallegas, andaluzas, asturianas... Muchas de ellas, convertidas en magníficas profesionales, han tenido ocasión de volverse a ver recientemente en nuestra ciudad, en un encuentro de características irrepetibles, por el número de asistentes y por el clima emocional que en él se alcanzó. Y, con sus distintos acentos, con sus distintas formas de encarar la vida, con su personal y singular trayectoria, las escasas dos jornadas que pasaron juntas las enriquecieron a todas, como en su adolescencia las había enriquecido conocer puntos de vista diferentes a los propios.

En nuestros días eso se ha perdido. Y aunque ello sea señal de la deseable extensión de la enseñanza, no todo son ventajas: Los estudiantes más jóvenes sólo conocen su pueblo o su barrio. Incluso si por evidentes razones de buena gestión de los recursos públicos se sugiere que hayan de desplazarse unos pocos kilómetros, los padres ponen el grito en el cielo. ¡Cómo van a separar a sus hijos de los amigos del colegio! Y en la universidad ocurre lo mismo. ¿Cuántos alumnos no extremeños cursan estudios en nuestra universidad? ¿Cuántos extremeños lo hacen fuera de nuestra región? Muchos viernes, a primera hora de la mañana, pueden verse grupos de jóvenes deambulando con un vaso en la mano por ciertas plazas de Cáceres. Celebran el fin de semana con antelación, para tampoco perderse el de su pueblo, al día siguiente. Y no salen de las cuatro paredes de siempre. ¿Cómo va, así, a conocerse a quien es diferente? ¿Cómo desprenderse de esa forma del pelo de la dehesa?