WLw ejos de dejarse llevar por la inercia del péndulo, el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, mantiene la política de mano tendida en materia antiterrorista. Lo fácil para él hubiera sido, tras el atentado de Barajas, un discurso tremendista, al estilo del PP de Aznar cuando se rompió el anterior intento de final pactado de la violencia. Pero el presidente, aun a sabiendas del desgaste electoral que esta posición supone, no ha dado el bandazo fácil hacia las posiciones de la mano dura, sino que volvió a hablar ayer de explorar las vías de diálogo. Sabe que el proceso de contactos se ha roto, seguramente por bastante tiempo, pero a la vez mantiene el discurso --tozudo, para algunos-- de que el final de la pesadilla solo llegará después de un pacto generoso entre el Estado y quienes ponen las bombas. En eso radica la dificultad de que los partidos parlamentarios alcancen un consenso en la lucha contra ETA. Mientras el PP pide la ilegalización del Partido Comunista de las Tierras Vascas --los actuales portavoces de Batasuna en el Parlamento de Vitoria--, desde el nacionalismo democrático vasco se reclama la derogación de la ley de partidos. El tan anhelado acuerdo de todos parece hoy una misión imposible. Vamos a asistir, sin duda, a un final de legislatura envenenado por esa polémica y por su reflejo en las encuestas preelectorales. Pero la llave del desbloqueo inmediato no la tienen ni el Gobierno ni la oposición, sino la llamada izquierda aberzale. Arnaldo Otegi y otros dirigentes de ese entramado han dado algunas muestras de querer salir del discurso de ETA. Pero sus declaraciones, que esperanzan a Zapatero, son aún insuficientes.