El fotógrafo británico David Hamilton (1933-2016) fue el rey del flou. Sus fotos, normalmente de jovencitas semidesnudas, se presentaban como imágenes ligeramente desenfocadas o borrosas. Eran de un erotismo desdibujado, algo onírico. Tenía fervientes partidarios y grandes detractores. Consagró una determinada manera de ver la realidad, vaporosa e inconcreta, inmediata y al mismo tiempo distante. Una realidad laxa, tirando a decadente.

Premonitoria, me parece. En efecto, Occidente se está volviendo hamiltoniano. Empecé a sospecharlo cuando la composición tipográfica abandonó las galeradas de plomo y adoptó, primero la fotocomposición, y luego la composición y la paginación informatizadas. Desde Johannes Gutenberg hasta entonces -es decir, desde el siglo XV hasta finales del siglo XX-, las letras tenían cuerpos de tamaño inamovible. Para justificar las líneas o para cuadrar las páginas había que añadir espacios en blanco o retocar el texto hasta que todo quedaba bien encajado. Pero con la informática todo se podía ensanchar o estrechar ópticamente. El concepto sagrado de caja de maqueta se desdibujó. Cualquiera cuadraba páginas sin esfuerzo ni oficio. A nadie parecía importarle que, así, las distintas páginas de un mismo libro no fueran estrictamente superponibles, porque podían tener cajas no exactamente iguales. No pasó nada, aparentemente.

La gracia de las obras detectivescas de Arthur Conan Doyle, Agatha Christie o Georges Simenon (Sherlock Holmes, Hercules Poirot, comisario Maigret) era que al final todo cuadraba: los puntos oscuros se aclaraban y no quedaba ningún cabo suelto. Las series policíacas más exitosas en la televisión de hoy en día te llenan de pistas falsas que al final se diluyen sin más explicaciones. Abundan los flecos que despistan y a menudo los desenlaces son poco convincentes, como si los guionistas estuvieran más preocupados por generar sorpresa y desconcierto que argumentaciones sólidas. Me temo que, justamente, prefieren seducir a la audiencia a construir un relato. El flou también ha triunfado entre los escritores, así pues.

Entre casi todo el mundo, mucho me temo. Nos estamos acostumbrando a comprar por internet, sin ver la mercancía. Un par o tres de fotos bastan para decidirse. Los detalles, la textura, los acabados, incluso el efecto sobre tu cuerpo si se trata de ropa, no se pueden comprobar. Toda una generación parece haber ya renunciado a estas verificaciones básicas, sin las que nadie antes se avenía a adquirir nada. La comodidad de la compra desde el ordenador pasa por delante de cualquier otra consideración. Por otro lado, casi todo es de comprar y tirar, por lo que los posibles errores tampoco son percibidos como demasiado trascendentes. La venta flou satisface al comprador flou, que no espera exactitudes ni precisiones.

La desgana de los más jóvenes participa de este carácter desdibujado de casi todo. Las relaciones personales, las ambiciones profesionales, las consideraciones de género y, en general, la actitud ante la vida también se han vuelto borrosas e inciertas. La ventaja es que somos más flexibles; el inconveniente es que somos menos rigurosos, por lo que esa flexibilidad positiva tiende a confundirse con una indefinición deletérea. El centro político aspiraba antes al equilibrio, ahora se basa en la indeterminación. Ser de derechas o de izquierdas empieza a estar mal visto. No creo que por ecuanimidad, sino por pereza. Incluso el pensamiento débil empieza a parecer excesivo: se está imponiendo el pensamiento flou. Me temo que sea la falta de pensamiento, en realidad.

Simultáneamente, la técnica se hace más y más precisa. Los aparatos son más exactos que nunca, las máquinas tienen márgenes de tolerancia cada vez más pequeños. Paradójicamente, la creciente precisión de los instrumentos coexiste con la laxitud de los procesos sociales y de los posicionamientos personales. Somos permisivos y exigentes a la par. La publicidad nos incita a no privarnos de nada, pero la misma abundancia de todo nos está sumiendo en una inmensa pobreza fáctica. Los jóvenes son la principal víctima de todo ello, al tiempo que los principales agentes, por defecto, de este nuevo orden vaporoso y vago. Lo peor es que entre los bárbaros lejanos, que históricamente barrían de manera periódica estos marasmos de relajación, también triunfa hoy, gracias a la precisión globalizada de las nuevas comunicaciones, el simplismo incierto. Una combinación sin precedentes. Veremos a dónde nos lleva.

*Socioecólogo.