No deja de atormentarme, no puedo dejar de pensar en la maquiavélica actitud del actual gobierno, y creo que debo de exaltar en su nombre, y en el de millones de afectados, el sentir apesadumbrado con el que conllevan su suerte y destino. Me estoy refiriendo a la más espeluznante de las actuaciones, al acto más vil ejecutado por un gobierno y al más cobarde de las posibles demostraciones: congelación de pensiones y atropello indiscriminado.

Son tantos los abuelos, viudas y discapacitados que, mes a mes, consiguen superar esta desastrosa situación económica; los que puntualmente a la puerta de bancos acuden, algunos como auténticos pedigüeños, para comprobar que su pensión está ingresada y que pueden disponer de la cuantía.

Quiero demostrar mi razonamiento; hago mención a mi padre, un avanzado octogenario nacido en el año 1922, que solo ha conocido el trabajo; que a sus ocho años ya guardaba pavos en un cortijo, cerdos y cabras. Que a los catorce años lo sorprendió una guerra civil, que mediante movilizaciones aterrizó en un pueblo del Valle de los Pedroches y que hasta su jubilación solo conoció penoso trabajo agrícola, al frente tanto de los primeros tractores como de las primeras cosechadoras. Que luchó, junto a mi madre, para sacar adelante tres hijos y demostrar con su trabajo, dignidad y honradez los auténticos valores mundanos que tan cercanos y baratos son, pero lo difíciles de mantener que lo son para otros. Los ingresos de mis padres, a fecha de hoy, con la lúcida idea de la congelación, son de 725 euros; mi madre no percibe ningún ingreso, ni tiene en mente a sus 86 años solicitar pensión no contributiva. ¿Qué les parece la situación de las personas que se dejaron la piel para que los actuales políticos pudieran estudiar y formarse? Un gobierno que, abanderando los valores democráticos, les dice: todos somos iguales, y en nombre de la política social os voy a congelar la escueta pensión a la vez que os subo la luz, el gas y, sobre todo, el nivel de vida. Fuerte, eh... Siento rebeldía ante tanta mentira, tanta hipocresía y sobre todo poner el pie en el cuello al indefenso, al desvalido y al que te facilitó medios para estudiar y formarse.

Antonio Porras Castro **

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