El apartamiento de Juan Carlos Rodríguez Ibarra de la candidatura para la presidencia de la Junta de Extremadura estaba cantado. Por razones de salud, como él mismo ha explicado y como todos los que le son cercanos sabían. El infarto que sufrió hace pocos meses fue una advertencia que ha tomado en serio. Las causas son transparentes. Otra cosa son las consecuencias y la forma en que los protagonistas de la política regional y nacional se lo van a tomar.

A pesar de que lleva 25 años a la cabeza del Gobierno extremeño, Ibarra sigue manteniendo una gran popularidad en su tierra. Algo que no está ligado más que a una cosa: su gestión como presidente ha sido buena. Sus toscas maneras no han sido obstáculo para que haya desarrollado algunas políticas de resultados importantes.

Quizá la más llamativa es la de que Extremadura se haya convertido en cabeza de la utilización de nuevas tecnologías en la educación, la gran asignatura pendiente de este país. En otras áreas, como la sanidad, los resultados han sido también notables.

XES CURIOSOx que su popularidad no se haya basado, además, en la exhibición de ningún discurso identitario. Los exabruptos patrióticos que ha soltado de cuando en cuando han sido dirigidos al exterior de su comunidad, para combatir lo que él consideraba excesos de otras comunidades, singularmente de Cataluña.

En su retórica más encendida ha jugado a España en lugar de jugar a Extremadura. Pero siempre en clave supraautonómica. En sus discursos, por norma general, no ha aludido al habitual y extendido hecho diferencial ni al agravio histórico, aunque tuviera para hacerlo el argumento más potente, que es el de las regiones pobres frente a las ricas en Europa.

Para el Partido Popular, el paso a un lado de Ibarra ha sido una gran noticia. A pesar de las mayorías que ha conseguido el socialista, la distancia que separa a los populares del Gobierno extremeño no es ni mucho menos insalvable. Y enfrentarse a otro candidato es una gran noticia para quienes ya tienen al alcance de la mano las grandes ciudades y pueden mejorar sus resultados en ámbitos de población de menor tamaño. La sensación de sus candidatos será la de que pueden batir al próximo socialista, que llegará menos apoyado por la historia y sin el extraño carisma que se ha llegado a construir un hombre de maneras tan toscas como Ibarra.

Pero este primer paso a un lado del presidente extremeño va a traer también satisfacción a una parte de los suyos, a los socialistas más fieles al actual presidente del Gobierno, Rodríguez Zapatero . Porque Ibarra es uno de los últimos barones de la transición. Uno de los pocos políticos en activo de los que subieron al poder en la época de Felipe González . Entre ellos, entre todos estos hombres que alcanzaron el poder autonómico a finales de la década de los 70 y principios de la de los 80, no se cuentan los mejores apoyos de Rodríguez Zapatero en el partido. La única excepción es Manuel Chaves , quien ha pactado, con grandes réditos para ambos, con el nuevo PSOE del presidente.

Pasqual Maragall, Joaquín Leguina, José Bono y ahora Ibarra son hombres que no necesitaban a Zapatero para sostenerse políticamente, algo que suena bien en la teoría, pero que resulta enormemente incómodo para poner en marcha políticas que rompen con una determinada tradición.

El caso más flagrante es justamente el de la pareja de antitéticos formada por el presidente de la Generalitat y el de la Junta de Extremadura. Uno se desprendió de las bridas de Rodríguez Zapatero para intentar forzar su visión de los límites de la autonomía catalana; el otro jamás aceptó el freno que le querían poner desde Ferraz a la hora de expresar sus ideas y manifestar su feroz oposición a las políticas y los modos nacionalistas. Ambos han sido, como también los otros mencionados, chinas en los zapatos de los zapateristas. Han dicho lo que han querido cuando han querido hacerlo. Y se han opuesto a su manera a las doctrinas de la España plural o, mejor dicho, de la España plural que ha diseñado el presidente del Gobierno.

Los dos han tenido que retirarse de la política. Uno, Maragall, porque Zapatero y sus aliados en el PSC han decidido acabar con su personalismo. El otro, Ibarra, porque el corazón le ha fallado. Las causas son lo de menos. En Ferraz se llora con lágrimas de cocodrilo la ausencia de los dos en las próximas competiciones electorales. No habrá mensajes duramente encontrados entre los candidatos de las distintas autonomías. Y eso ayuda bastante a ahorrarse un discurso que jamás un partido con carácter español podría soportar. José Montilla hará su campaña sin temer que Ibarra interfiera.

Una situación que gusta en los despachos de los fieles a Pepe Blanco . Pero que tiene un inconveniente serio: ninguno de los dos hombres que se alejan de la política para despejar el camino de Zapatero es de fácil sustitución. Se le llame carisma, eficiencia o lo que sea a su conjunto de virtudes, el caso es que eran dos activos fundamentales del socialismo español frente a sus competidores en cada autonomía.

Si vencen CiU en Cataluña y el PP en Extremadura, la tranquilidad interna del PSOE habrá crecido, pero su capacidad de gobernar se habrá estrechado.

*Periodista