Suena, en nuestra tierra, desde hace unos meses, un coro que repite, insistentemente, que «Extremadura merece un tren digno». Y lo cierto es que, a todas esas voces que lo reclaman, no les falta ni un ápice de razón. Porque lo merece, y lo necesita. Pero no lo merece, ni lo necesita, desde anteayer, ni desde hace tres o cuatro meses. Lo merece, y lo necesita, desde hace décadas. Y alegra, por tanto, contemplar a ciudadanos anónimos, y a representantes de la sociedad civil, levantando la voz para clamar por unas infraestructuras ferroviarias dignas.

Pero sonroja, sin embargo, ver a los miembros del partido que gobierna nuestra tierra desde hace décadas, y a algunos de sus máximos referentes históricos, queriéndose situar al frente de concentraciones y manifestaciones, o afeando la conducta a aquellos que empiezan por reclamar un tren digno («somos pobres hasta para pedir», dijo Ibarra). Y soliviantan, tanto esta actitud desahogada como las palabras envalentonadas, porque, quienes las desembuchan, han tenido cerca de tres décadas para reivindicar, al menos, ese tren digno. Y no lo han hecho. No han roto cristales. Ni siquiera han doblado cucharas.

Se han conformado, durante todo ese tiempo, con contemplar cómo los extremeños viajaban en émulos de esas diligencias que recorrían el lejano oeste entre flechas y balas. Pero ¿por qué?

Pues, simple y llanamente, porque coincidió que, quienes gobernaban durante la mayor parte de sus respectivos mandatos, eran los jefazos de su partido. Y, a esos, en lo que a este tema respecta, no fueron capaces ni de toserles. Hizo falta la llegada, y asentamiento, de un nuevo inquilino --de otro ‘pelo¡-- a La Moncloa para que se le despertasen las prisas ferroviarias a nuestros gerifaltes. Y no es que no corra prisa el asunto del tren para Extremadura, que lo corre, ¡vaya que sí la corre!

Pero también lo corría cuando gobernaba Zapatero, que fue el que se comprometió a que ¡en 2010! estaría terminado.

Por eso: que ellos tuvieron su momento, y no lo aprovecharon, que han perdido toda la credibilidad, y no pueden reclamar nada, después de su trayectoria silente. Que, aunque lo persigan con ahínco, no van a poder colgarse la medalla de hacer llegar un tren digno, o un AVE, a Extremadura.

Porque, si se consigue, será porque la ciudadanía extremeña se haga escuchar, sin padrinos políticos ni sindicales. Ya terminó la hora del oportunismo.

Si callaron, cuando podían haber hablado, si se sometieron, cuando podían haberse rebelado, que no nos vengan ahora con milongas. Porque los extremeños, por fin, vamos teniendo claro que no podemos perder ningún tren más. Porque nosotros, y solo nosotros, podemos ser dueños de nuestro destino. Porque nadie vino, ni vendrá, a sacarnos las castañas del fuego.