El tiempo se ha puesto exasperadamente caluroso sin concesión ni a la rebeca de algodón. Ya hace unos días que Cánovas estrenó las risas, la belleza, la juventud y la complicidad de los universitarios que festejaban sus ritos inaugurales con bastante buen rollo. Por las mañanas llenan de vida las calles los uniformes de los peques que acuden a clase, y en las rotondas se acumulan los coches de los que van a dejar a los niños a los colegios. Cáceres es, tras el inicio de curso, una ciudad sonriente que respira la vitalidad repleta de futuro e ilusión paseada entre algarabías razonablemente cívicas por todos esos muchachos que la ensanchan de alegría y energía. Una quiere contagiarse del gozo de lo cotidiano porque es lo que le pide el cuerpo y la mente en un ejercicio de defensa propia frente a la actualidad. Los periódicos detallan al minuto la sublevación, las mentiras, las humillaciones, las bofetadas retóricas diarias, las algaradas incívicas y las agresiones a la libertad, como la de esos universitarios que irrumpen en clase, desobedecen a la profesora -¿por qué iban a obedecerla, con ese ejemplo constante e impune de falta de respeto a la ley que les dan sus autoridades?- e imponen a los muchos que no quieren escucharles su lecturita independentista. También detalla la prensa la asquerosa manipulación de los más pequeños. Algo tan maloliente que produce vómito.

¡Ay del que escandalice a uno de estos pequeños!, dijo Jesucristo utilizado en exclusiva por los fanáticos curas firmantes de la declaración de la vergüenza, que se apropian de él y retuercen su mensaje a conveniencia, con la desvergüenza con que lo haría cualquier cardenal boccacciano. Porque entre tanta miseria, tanta mentira, tanto convertir lo malo en bueno y al revés, de todo el espectáculo cutre, surrealista y tragicómico que nos está deparando una parte de Cataluña que parece estar maldita, lo peor, con mucho, es la manipulación de los niños y de los jóvenes. Si ni eso han querido respetar, abandonemos toda esperanza de una solución sensata, equilibrada, justa y legal.