Durante los últimos 40 años somos muchos los que hemos fabricado nuestro propio lugar de trabajo, con la ilusión, voluntad y capacidad de desarrollar un proyecto y crear riqueza. Hemos propiciado otros empleos, y nuestro entorno se ha enriquecido con nuestra segunda familia, la familia laboral. La Administración nos ha homogeneizado, reglamentado y exprimido hasta la saciedad. Son las reglas del juego, y bien está lo que bien acaba, ya que los políticos, con el presidente Zapatero al frente, deben constituir un entorno seguro, justo y favorable para el desarrollo. Los pequeños empresarios estamos obligados a adaptarnos a las cambiantes circunstancias con el objetivo de mantener la entidad que gestionamos, pero, si erramos, se nos atribuye, de una u otra manera, toda la responsabilidad, y perdemos bienes y enseres. No merecemos lo que está ocurriendo: los bancos compran dinero barato y lo venden caro al propio Estado, que lo necesita para pagar los subsidios de los parados que generamos los empresarios, muchos de los cuales tienen que cerrar ante el salvaje recorte del crédito. El hundimiento de las empresas alimenta este negocio y obliga a entregar los bienes a cajas y bancos por una ínfima parte de su valor. Es el entorno que, queriendo o sin querer, han elaborado los políticos.

El señor Zapatero debe rectificar y reactivar el tejido industrial español. Si no, que dimita lo más dignamente posible para que otros lo intenten. En caso contrario, dirigirá un país arruinado, sin industria, con una subsidiada sociedad avergonzada y situado en el furgón de cola de Europa. Los pequeños empresarios no podemos seguir funcionando así, y sin empresario, no hay empresas, y sin empresas, no hay empleo.

R. Sangenís **

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