Escritor

Tomo una pera y le doy un mordisco. Como si fuera una hembra agradecida apenas hundir los dientes en su piel sale un chorro de agua dulce de su vientre. Así es también el amor cuando dos seres confluyen tras un mordisco cariñoso. Es tal la abundancia de agua azucarada, que me tengo que ayudar del pañuelo. Abro el periódico antes de lanzarle un nuevo mordisco amoroso, y veo un inmenso Ferrari con el morro destruido que se ha empotrado en un pilar de un subterráneo, y de paso ha chocado con una pareja que volvía ingenua de la fiesta de Reyes. El Ferrari es un raro objeto de deseo, que produce como un vértigo especial. No lo puedes morder como si fuera una pera pero te montas y en cuatro segundos llega a cien por hora. El conductor del Ferrari, una mujer, muere en el empeño mientras el copiloto se resarce y queda con vida aunque le tienen que reconstruir el cuerpo. La señorita que ha muerto, al parecer rubia y de escultural anatomía, ha dejado este mundo por darse el gusto de un acelerón al automóvil y no saber dirigirlo después, mientras yo muerdo una pera, a la que Dios no le puso ninguna cortapisa, y el placer es inmenso. O sea que un placer te lleva a la muerte, que no se puede contar a nadie, y yo lo puedo contar aquí intentando que otros puedan hacer lo mismo que yo. El automóvil es creación total del hombre, y la pera es un gran misterio. ¿De dónde le viene su dulzura? ¿Quién la hizo así? Porque tras un surco tú metes una pepita y sale este peral tan dulce.

Reflexión: ¿ustedes por cual de ambos placeres se decantan, por la velocidad o por comerse una pera...? Esta es la gran reflexión que nos proponen a la hora de votar. El Ferrari te puede llevar a un lugar ignorado del que ningún viajero ha vuelto, y la pera es un placer efímero con rendimiento decreciente. O sea que cada pera te va dando menos felicidad hasta no poder más.

Se acerca marzo con unas elecciones generales. Las mejores ideas serán las que Ibarra le preste a Zapatero. Estarán cerca o alrededor de la pera, mientras Rajoy apostará por el Ferrari. Está claro que la primera pera da una felicidad indefinible, pero es perecedera. El Ferrari, simplemente, mata.