Hace unos días quedé para comer con un buen amigo, con el que además de mesas copiosas y gintonics, me gusta compartir y debatir reflexiones de toda índole, pero sobre todo de política. Me decía que le está empezando a preocupar la opinión de la gente sobre Ciudadanos, un partido con el que se siente identificado. El tiene la percepción de que los votantes de Madrid, después de que se haya dejado gobernar a Cristina Cifuentes , puedan creer que es más de lo mismo, pero con otras siglas.

Entonces me di cuenta de lo interesante y paradójico de la cuestión. Primero, porque yo creía que mi compañero de mesa estaba confundido, pero después de escuchar sus argumentos me di cuenta de que sus ideas estaban territorializadas. Y este punto es lo novedoso con respecto a otras formaciones políticas: la imagen y la percepción que se tiene de Podemos, PSOE, PP o de la formación que un día lideró Gaspar Llamazares , hoy con serios problemas de futuro, es muy similar en cada una de las provincias y las ciudades más importantes, con diferencias nada significativas. Ciudadanos no. Depende de cada lugar y de cada territorio. De lo que haya pasado en cada parlamento autonómico o en cada ayuntamiento, para que los votantes de tal o cual lugar tengan su propia imagen, a veces radicalmente distinta de la de su vecino.

Si lo anterior es lo paradójico, lo interesante llegará con las próximas elecciones, ligado irremediablemente a su propio futuro, y al éxito o fracaso de su existencia como formación de ámbito estatal. Y lo es a nivel comunicativo: cómo van a comunicar desde la formación que lidera Albert Rivera que su partido toma sus decisiones de apoyo a otros o no en función de los cambios que se garanticen, del grado de regeneración que se vaya a conseguir, y del propio bien de los ciudadanos. Si lo logran, además de su supervivencia, mirarán por el retrovisor a quienes hacen del 'y tú más' su día a día, y a quienes anteponen las siglas a las personas; y mientras, le habrán dado a Madrid la mejor presidenta posible. Ahí es nada.