THtacía algo más de tres años que no me topaba con él. Su cara se me había hecho tristemente familiar desde que le vi entrar por primera vez en el juzgado, en compañía de su mujer y una abogada. Su mujer dejaba caer algunas lágrimas mientras él le lanzaba una soflama embaucadora, cargada de alabadoras palabras que salían de su boca con la única intención de deshacer la firme determinación que ella había tomado: separarse de él. Al rato los dos salieron del juzgado con el semblante renovado, como quien ha pasado un mal rato y luego ha sido resarcido con una buena noticia. Ambos sonreían. El había pasado su brazo por encima del hombro de ella y le había besado en la mejilla. Se despidieron de la abogada y se alejaron de la escena.

Al mes volvieron a entrar en el juzgado de nuevo en compañía de la misma abogada. A él se le notaba algo irascible, aunque se dirigía a ella con palabras apaciguadas que ella escuchaba con cierta indiferencia, perdiendo su mirada en el techo de la sala. Transcurrida hora y media abandonaron el juzgado agarrados de la mano. La mano temblorosa de él apretaba fuertemente la mano inanimada de ella. Mientras se alejaban, él soltó la mano de ella, rodeó su cintura con su brazo y le dio un beso en la frente.

Volvieron al juzgado a los quince días. Esta vez ella escondía sus ojos tras unas gafas de sol muy oscuras. Seguramente intentara ocultar un hematoma que se extendía ligeramente hacia su pómulo izquierdo. El lanzaba palabras de súplica a su mujer. "Anula la demanda de separación, por favor, te juro que no volverá a ocurrir", le rogaba abatido, mostrando gestos de aflicción delante de la abogada. Ella, invadida por la conmiseración y el amor que aún le profesaba, accedió a sus súplicas y volvió a anular la última demanda de separación.

A los diez días él volvió solo al juzgado. Llegaba con las manos esposadas y custodiado por dos policías.

*Pintor