Ayer, suceso que nunca hubiera esperado, fue la perfección. Dejando a un lado la puesta de sol, que son todas magníficas --y todas, por el solo hecho de decirlo, resultan cursis--, la perfección empezó con una cerveza solitaria y bien servida en la terraza de un bar de cuyo nombre no consigo acordarme, de tanta perfección. Siguió por mi cabeza, que pensó como hacía mucho. Y por el tabaco, cuyo humo penetra siempre hasta donde nunca debe. Además, la Semana Santa, ese horror, acababa de acabar.

Pero a la perfección, para ser perfecta, es decir, para ser perfección, le faltaban algunos detalles. Por ejemplo, la sonrisa de mi hija, que venía de comprar un regalo y me sonrió, ella que odia los bares y mi frecuentación. Lo lógico, lo que cabía esperar, no sé, era un mohín, un reproche. Pero no. También lo fue la aparición de mi mujer, que llegaba cansada --más guapa cuanto más cansada-- y dudó entre el cansancio o tomarse una cerveza conmigo. Todo, absolutamente todo, ayer por la tarde...

Es sabido que el lunes, y más si un lunes después de vacaciones, es día del que nadie gusta. Dicen que por el trabajo, pero es solo por la lejanía del ocio, cifrado en el fin de semana o --yo sé de algunos-- en las vacaciones siguientes. Ayer, sin embargo, con mi hija y mi mujer, con el rato de soledad anterior, con todo lo demás, fue una tarde de lunes perfecta.

¡Cómo no iba a serlo también el mundo, con solo invertir los términos de que todo lo que pasa en el mundo me pasa a mí, según Borges! El detalle que faltaba era mi hijo, y apareció. Aparecieron él y su perrillo Porto.

Como se comprenderá, retuve el día, porque la perfección no sucede todos los días, aunque sea un instante. Lo retuve: 17 de abril. Ocurrió entonces lo que debe de ocurrirle a cualquiera que haya leído a T. S. Elliot. Cuando llega el mes de abril, inevitable e inconscientemente recito su verso más conocido: «Abril es el mes más cruel». Ayer, al decir 17 de abril, también ocurrió, solo que para negarlo: «April is (not) the cruelest month”. Era, discúlpenme, la primera vez que lo negaba.

Y así fue la perfección. Y fuese y no hubo nada.