Llegas a la cafetería donde tomas el café todas las mañanas y lo primero que haces es buscar con la mirada el periódico. Te das cuenta de que una dama de muy buen ver, que está engullendo un apetitoso croissant a la plancha con parsimonia aristocrática sentada a una mesa, lo tiene apresado debajo de su bolso. Piensas que hay personas que no se dan cuenta de que en una cafetería un periódico es tan público como los lavabos y no es plan eso de acapararlo sin estar leyéndolo. Pero ahí la tienes, cotorreando sin parar con otra señora vestida a lo vogue a la vez que corta con delicadeza cada trocito de croissant y se lo lleva a la boca. Con muchas ganas le dirías: "Oiga, debería usted saber que el periódico es un bien común de este establecimiento y debe estar a disposición del cliente que quiera leerlo, así que levante ese maldito bolso suyo que aprisiona las noticias y démelo". Pero te diriges hacia la dama y mostrándole una sonrisa apretada, de esas que llevan implícita una pizca de ironía reprobadora, le dices: "¿Me permite que coja el periódico, por favor?". Ella levanta el bolso y amablemente te dice: "Cójalo". Tú lo coges sin dar las gracias --¡faltaría más!--, vuelves a tu sitio, te sientas en un taburete y comienzas a leer las noticias del día sin darte cuenta de que ocupas media barra porque has extendido el periódico abierto sobre esta y otros clientes andan un poco escasos de espacio, aunque no se te quejen, quizá por educación. Entre sorbo y sorbo de café, vas pasando las hojas y leyendo las noticias. Filosofeas y te dices que los periódicos son como pequeños animalillos charlatanes de papel, muy listos, que saben seducirnos hablándonos de lo que queremos oír y también saben herir nuestra sensibilidad echándonos en cara nuestras miserias. Tu vecino de barra te da un empujoncito sin querer en el brazo con su codo y provoca que viertas un poco de café sobre el periódico. Pasas una servilleta de papel y secas la gran gota caída de la taza, pero la mancha no se quitará. Tampoco pasa nada, mancharse es uno de los riesgos que corre un sufrido periódico de cafetería que soba todo el mundo. Sigues pasando hojas y te das cuenta de que algún espabilado cerebrito sin consideración ya ha resuelto el crucigrama --bastante difícil, por cierto--. Tú eres de los que opinas que los crucigramas deben dejarse para la tarde, cuando todo el mundo haya leído el periódico. Ante todo esto, llegas a la conclusión de que lo mejor es gastarse un euro y comprarse el Periódico.

Oyes a tu espalda una voz de mujer que se dirige a ti: "¿Me devuelve el periódico, por favor?". Te das la vuelta y te das cuenta de que es la dama del croissant a la plancha. Cierras el periódico y se lo das. "Gracias", te dice mostrándote una blanca sonrisa de media luna. La ves marcharse de la cafetería junto a la señorita vogue con su periódico en una mano. No puedes evitar sentirte un estúpido.

*Pintor